La visión discordante con la que el prestigioso Seijun Suzuki focalizó el cine de yakuza quedó de sobra demostrada en la que es por méritos propios una de sus películas más alabadas y recordadas, Branded to Kill. Le añade mérito el hecho de procrear su curiosa narrativa usurpando para sí las estéticas propias del noir, los códigos anexos del crimen organizado en la ficción, así como la sofisticada tonalidad que de ello se tiene en oriente. Su trama no podría ser más usual en el género; se cuenta la historia del considerado asesino a sueldo número 3 de un curioso ranking sangriento de la yakuza, Hanada, quien en una perpetua búsqueda por su último trabajo (que le llevará a más de un conflicto con su esposa) acabará siguiendo las órdenes de una misteriosa mujer que le facilitará una difícil misión que se ve en la obligación de cumplir. Es entonces cuando este asesino aficionado al arroz se sumirá en una extravagante experiencia que le rodeará de mariposas y una continua idolatría por el olor del arroz hirviendo.
Branded to Kill es un film que Suzuki se propone como un juego de estilo donde el clasicismo se entremezcla sin ningún atisbo con lo kitsch, los estandartes más sobrios del noir se funden en una espontaneidad escénica sin igual y todo ello en un absoluto engranaje narrativo donde el surrealismo y la alineación se apoderan de un contexto que de su poso tradicional acababa desembocando en unos planteamientos desmedidos, pero que sorprendentemente acaban formando una narración hechizante, de momentos arrebatadores, como si el director pretendiese, enfáticamente, aportar una visión nihilista y en cierta medida desprejuiciada de la figura del gángster. Aquí, concretamente, usurpando la estampa del asesino a sueldo; estoicismo, fracaso de la burocracia, eternas disputas morales, una autosuficiencia que se va al garete… Suzuki ejecuta las reglas del género para dominarlas a su antojo, revertirlas bajo un gélido blanco y negro esencial (se hace casi imposible imaginar esta película en color) al mismo tiempo que las respeta en su trasfondo. En una valoración que se pudiera hacer de Branded to Kill dentro del peculiar e indispensable punto de vista creativo de Suzuki, esta logra perfeccionarlo: la propuesta funciona como un thriller de pesadillesca ambientación, confusa en su trasfondo, pero psicótica en su estimulante poder visual.
En lo puramente cinematográfico Branded to Kill es un atrevimiento continuo: planos ampulosos de confesa pretenciosidad se funden con secuencias fascinantes, hilarantes y oníricas a partes iguales; a pesar de lo heterogéneo de su película, Suzuki se toma muy en serio la historia ejerciendo una curiosa visión de su protagonista -de físico peculiar que lo aleja de los cánones fisonómicos del yakuza, dándole tanta relevancia a su cotidianidad, a la que se le añade un curioso fetichismo por el arroz hirviendo así como los encuentros sexuales con su mujer- y añadiendo una inesperada pero elemental sensación de cataclismo en las escenas protagonizadas por la mujer, la inevitable femme fatale, rodeada de unos prodigiosos momentos surrealistas al mismo tiempo que sobre ella Suzuki cierne algunos de sus planteamientos de escena más logrados; su rostro y la lluvia se contraponen, a modo de ejemplo, en uno de los planos más simbólicos del metraje.
Suzuki podría parecer uno de esos cineastas de la confusión, rezumando cierto oscurantismo a la hora de analizar sus piezas noir, a la postre clasificadas como esenciales del género pero que sin embargo se desvinculan en sus formas de las aristas más propias del mismo. No obstante, sirviendo Branded to Kill de buena muestra de ello, Suzuki propone una turbada visión del crimen organizado bajo sus estamentos más herméticos, que darán de sí una concepción marciana del mismo, aquí acompañada una honorable banda sonora de apuntes jazzísticos. Este análisis no puede finalizar sin mencionar un apunte que contentará a los que esperan el lado más visceral de la yakuza: Suzuki se guarda un puñado de escenas de acción, alejadas de la pirotecnia pero no de un componente escénico indudable; desde el desfile de cadáveres que arroparán la pantalla con singular construcción estética, hasta un final, rozando lo delirante, localizado en una ubicación tan inesperada como un ring de boxeo.