No es habitual ver héroes (o antihéroes) que padezcan discapacidades, un hecho que en parte bien podría servir para explorar las posibilidades del medio, tal y como ya intentó sin la fortuna esperada John Woo en aquella Noche de paz donde Joel Kinnaman se quedaba sin voz, circunstancia que el cineasta asiático aprovechaba para articular un film prácticamente mudo, privado en su totalidad de la función de cualquier diálogo expositivo. Es precisamente el actor sueco quien da ahora vida a un policía que perderá el sentido de la audición en lo nuevo de Brad Anderson, y que nos sirve como pretexto para acercarnos a uno de esos thrillers emblemáticos del cine oriental, el que fuera debut conjunto de los hermanos Pang tras las cámaras —si bien uno de ellos, Oxide Pang, ya había hecho lo propio en solitario dos años antes con su Who Is Running?—.
No encontramos, no obstante, en Bangkok Dangerous —que años más tarde daría pie a un ‹remake› protagonizado por Nicolas Cage de título idéntico— ningún agente de la ley que quede impedido de alguna de sus facultades, sino más bien un sicario sordomudo que ejecuta su trabajo con frialdad, alejado de conexiones afectivas —más allá de la relación con su hermano, que también lo vincula a ese contexto criminal que concurre en su día a día— y engullido por un universo que se ha adueñado de su periplo paulatinamente —en ese aspecto, los cineastas enlazan en el primer tercio de film en alguno de sus ‹flashbacks› el descarnado aprendizaje del protagonista, confirmando asimismo unas inquietudes estilísticas que se alejaban del llamado “estilo videoclipero” surgido durante esos años—.
Puede que Bangkok Dangerous haga gala de una estética muy propia de su tiempo durante sus primeros compases, con un estilo ciertamente emparentado con el thriller oriental de la época —donde es reconocible esa fotografía en la que abundan los colores fríos, pero en la que también se percibe una cierta saturación potenciada por los filtros y la presencia de las luces urbanas y neones—, pero lo cierto es que los realizadores de origen hongkonés van más allá de la mera réplica de estilismos habituales de una etapa concreta, logrando ante todo dotar de una personalidad propia al estilo visual del film: ante todo con el empleo de fotografías de distintas texturas y granos —esto, en especial, en cuanto a ‹flashbacks› y momentos muy contados se refiere—, pero también con la presencia de un montaje las veces de lo más extraño —incluso buscando abrazar lo experimental, como en esa secuencia de la violación que parece más bien surgida de las mentes de Cattet & Forzani que del thriller asiático— y una serie de recursos implementados en la postproducción —tales como ralentíes, raras superposiciones, encadenados…—.
Podemos afirmar sin miedo a errar que con el debut de los autores de The Eye estamos ante un film insólito, ni mucho menos de fácil digestión —y es que sus formas se le pueden atravesar a más de uno— y casi presa de un aprendizaje que uno desearía que hubiesen continuado tanteando en obras posteriores. Que nadie espere, pues, uno de tantos prototípicos thrillers de venganza orientales que tanto abundaron a inicios de siglo, pues si por algo destaca Bangkok Dangerous es ante todo por su inconformismo para con el género y por sus ganas de devenir un artefacto arrebatado visualmente, en ocasiones fallido, en ocasiones del todo estimulante, pero siempre alejado de ciertos arquetipos visuales que, encontrándose en su entramado, reciben un tratamiento muy distinto al esperado, deviniendo hasta algunas de sus escenas de acción un extraño tripi no apto para todos los paladares —como esa en la que Kong, el protagonista, rastrea en busca de pistas que le conduzcan en su investigación liquidando a unos cuantos sicarios—.
Pero, y tal y como apuntaba al inicio, una de las cualidades que dotan a Bangkok Dangerous de un halo distintivo que le permite indagar en sus capacidades expresivas, es la escasa cantidad de diálogos con los que cuenta: los Pang, en ese aspecto, confieren un sentido muy particular al hecho de que su personaje central no pueda articular palabra alguna, extendiéndolo tanto a la trama como la relación que entablará con la dependienta de una farmacia, y otorgando un valor específico a una decisión para nada gratuita. Es posible, de este modo, que la propuesta que nos ocupa no funcione en todo momento con la misma eficacia, en buena parte por su vocación exploratoria y por unas inquietudes que no parecen tener fin, pero tan cierto como que es tan libérrima, insólita y desprejuiciada que no solo merece la pena darle una oportunidad: hay que verla (y experimentarla, y divertirse entrando en su jugueteo constante ni que sea por un instante) con los propios ojos; porque aunque Bangkok Dangerous pueda producir un rechazo frontal, sus ansias por ensayar y tantear el medio con tenacidad, le confieren sin lugar a dudas esa rara aptitud para regenerarse, volver sobre sus pasos, y continuar explorando un terreno, el del thriller oriental —cuyos tropos y formas también escudriña con perseverancia pero la conciencia de que se debe a ellos—, del cual ni se perciben la sobreexposición y saturación en la que terminaría cayendo, no tanto por pertenecer a una etapa donde dicho género no estaba tan explotado como por constituir una de esas piezas extraordinarias que, repitiendo a riesgo de ser pesado, hay que ver: de poco sirve explicarlo..
Larga vida a la nueva carne.