A Francisco Lombardi se lo puede catalogar como uno de los grandes cineastas latinoamericanos, considerando que sus películas han contribuido a dotar al cine peruano de identidad propia, aspecto que es muy difícil de alcanzar en algunas naciones de la región.
Este afamado director ha logrado sustentar su arte fílmico en temáticas arraigadas en la cultura y en la sociedad peruana. Su fortaleza radica en el realismo que impone en las imágenes y en los personajes que, en varias ocasiones, son extraídos de las entrañas populares, o en lugares apartados de la urbe y de la modernidad.
En la década de 1980, le bastaría con un par de películas de potentes mensajes políticos para sacudir el cine de su país. Sin embargo, en la década de los 1990 quiso evolucionar hacia otras corrientes temáticas para no encasillarse en una sola perspectiva.
Es así que, en 1996, dirigió Bajo la piel, donde si bien conserva aspectos relacionados con la crítica al comportamiento social, también explora otras vertientes argumentativas como el drama pasional y el thriller.
De esta manera, configura una cinta enigmática. Para su composición recurre a referentes sanguinarios de la época precolombina con el fin de relacionarlos con una misteriosa situación actual que vive un pequeño poblado peruano. Allí convive el subdesarrollo económico con arraigadas costumbres culturales. En este ambiente, emergen extraños y macabros hallazgos de cadáveres cuya característica principal es que están decapitados y con los ojos mutilados.
Con esta especie de paralelismo histórico, el filme trasciende al campo psicológico. El policía Percy Corso, en su misión de encontrar al o a los culpables de estos horrendos asesinatos, descubre en el interior de su mente una manera de alcanzar objetivos personales: eliminar a quienes lo atormentan.
Su timidez y profesionalismo se ha transformado en una visión confusa de la consciencia humana. Ya no le importará lo que tenga que hacer para lograr y conservar la felicidad que él cree haber encontrado junto a su amante, una patóloga forense que desborda pasión y que esconde secretos muy difíciles de dilucidar.
La aparición y ocultamiento de cadáveres son una de las piezas argumentales que sostiene la intriga de Bajo la piel, al igual que la personalidad ambigua de sus principales personajes.
Sin embargo, la película tiene dos problemas que le hacen perder consistencia a su trama: la falta de contextualización de algunas situaciones y un tratamiento superficial de la transformación del comportamiento de los intérpretes. Estas falencias irán evidenciándose en el desarrollo del filme porque quedan elementos sueltos en la historia.
Pese a ello, Bajo la piel es una buena propuesta de thriller. En su arranque, advierte la presencia de un peligroso criminal que no se sabe dónde está por la ausencia de pistas concretas. Luego, da un giro para mostrar a otro asesino que se ha limitado a eliminar solo a quien está obstruyendo su vida, pero no denotaría mayor peligro para el resto de la población. El inicio y fin de la película darán indicios sobre este último y extraño homicida, que no es más que el propio hacedor de justicia. El rostro relajado y tranquilo de Percy, mientras reflexiona en una hamaca, serán sustanciales para descubrir cómo una persona puede interpretar polémicamente sucesos históricos y cómo las asume como ejemplo para direccionar su vida a fines preestablecidos.
Francisco Lombardi mantiene en este filme un eficaz manejo de los escenarios externos, así como el uso de otros elementos que dotan de realismo a la historia contada. Una virtud del director inca ha sido el ubicar en su cine aspectos que le permitan mostrar semejanzas en los comportamientos genuinos de una sociedad.
La pasión está también en el cine.