Viendo la fulgurante carrera del alemán Christian Alvart, hay que reconocerle cierto gusto por el lado más oscuro del humano: el mal generado por voluntad propia. La colección de asesinos y personas desesperadas por encontrar un razonamiento a su culpabilidad es extensa, y más curioso aún es que en los últimos años se haya dedicado a reinterpretar películas españolas como El desconocido o La isla mínima, sabiendo que sus guiones originales escondían mucho de lo que él mismo ha narrado a lo largo de su filmografía.
Pero es momento de encontrar la paridad con uno de los asesinos más retorcidos de las sagas cinéfilas, Jigsaw y sus rompecabezas ajusta-cuentas. Si pensamos en Alvart, él concibe la culpa a medio camino entre la religión y el pecado carnal a través de Antikörper, el ángel de la oscuridad. Con el subtítulo en español ya se nos da a entender que las miras espirituales son un objetivo más que claro en el film, donde reconstruimos, a ojos de un honrado policía de pueblo, los blasfemos crímenes de un asesino en serie de niños.
Con una espectacular puesta en escena, donde la tensión se palpa ante la caída en desgracia del malo de la película, Antikörper nos inicia en este caso lleno de juegos y trampas, para que ese duplo de santidad y erotismo sean una constante a ambos lados de la celda enrejada donde se encuentra el asesino. Un crimen sin resolver en el pequeño poblado en el que trabaja Michael, el protagonista, va tomando forma a base de pinceladas (rojas, para gusto del asesino), por medio de ‹flashbacks› que completan el estancado porvenir del joven policía. Como si de un Lecter se tratara, la palabra del supuesto culpable necesita de un oído concreto al que confesarse, la de Michael, que permite introducir a ambos en una espiral que los envía directamente a sus infiernos más íntimos.
Con todo el ingenio de cualquier película centrada en investigaciones criminales, nos encontramos con el ABCD del género en un pulso muy bien llevado al presentarnos al hombre intachable que ve tambalear sus creencias (personales y religiosas) ante la necesidad de conocer una verdad que sólo le puede dar quien sabe que le va a mentir a la cara. Como depravado, André Hennicke borda sus intenciones, y como cordero asustado unas veces y sádico redentor otras, Wotan Wilke Möhring inspira con su mirada todos los terrores mundanos. El director sabe buscar esos juegos de cámara y pequeños engaños narrativos para que seamos capaces de buscar el culpable erróneo en todo momento, en esa divertida posición del fanático del género de convertirse en una Agatha Christie de segunda acusando con el dedo a todo el mundo, por si acaso acierta. Pero también sabe hilar la confianza que tiene en su historia, donde ver y creer se confunden en la abierta mente del protagonista, cuando el hombre empieza a dudar de la posibilidad de un mal contagioso.
Una de las grandes bazas de Antikörper es abusar del catolicismo y de las banales interpretaciones de algunos pasajes de la Biblia para engrosar el drama. Lejos de instituciones dando forma al bien y al mal a su antojo, se centra en las creencias de Michael para completar todas esas inquietudes que florecen a partir del misterioso asesinato que le pone en el punto de mira, y que le obliga a embadurnarse en el barro como un pecador más. Son esas dudas existenciales las que nos derivan a un final que podría ser apoteósico por tantos elementos como mezcla el director, pero que, a partir de la redención, nos quiere complacer con un mensaje remarcado con luces de neón sin ser realmente necesario.
Antikôrper, el ángel de la oscuridad es la respuesta alemana a todos esos indecentes asesinos y policías ofuscados (mis favoritos) que tan bien sientan al género, tanto cinematográfico como literario, con ideas reconocibles, sí, pero despuntando con un fondo propio y sugerente que permite disfrutar en todo momento de su evolución libertina.