Es difícil comprender el cine de supervivencia sin concurrir un terreno psicológico que las veces ha servido para poder otorgar cierta dimensionalidad al conflicto en un paraje inhóspito, incluso en ocasiones cercano a una sinrazón que se expone como respuesta a una situación sobre la que termina emergiendo ese descontrol que la define en última instancia.
Con Antarctic Journal, el cineasta coreano Yim Pil-sung —que más tarde realizaría su propia adaptación de Hansel & Gretel, también enfocada desde una evidente pulsión genérica como la obra que nos ocupa— vuelve su mirada precisamente en torno a los yermos parajes de la zona ártica en un film donde reproduce ese componente psicológico desde los parámetros de un horror que va calando paulatinamente en el relato, filtrándose en el viaje que emprenderá una expedición coreana en su particular búsqueda del Punto de Inaccesabilidad, que no es otra cosa que el punto más alejado de cualquier costa antártica. El cineasta coreano compone así una obra que ya desde sus primeros minutos descubre un elemento sobrenatural que, sin llegar a asentarse del todo —si un caso se sugerirá su presencia a través del casual hallazgo del diario de una expedición británica que exploró ese territorio con anterioridad—, otorga los cimientos necesarios desde los que establecer la raigambre genérica sobre la que se asienta Antarctic Journal.
Con una presentación de personajes que no requiere grandes alardes y establece los nexos necesarios con concisión, Pil-sung va dando forma a una crónica donde destaca ante todo la ausencia de una comicidad habitualmente vinculada al cine coreano; un hecho que no implica que el realizador cargue en exceso las tintas, pues ubica mediante cada pasaje los ingredientes indispensables desde los que modelar esa progresión teñida en blancos nucleares y ralentizada las veces por el espesor de una nieve tan insondable como los misterios que parece esconder el gélido espacio donde deviene la acción.
En ese sentido, Antarctic Journal se dirime en los distintos meandros que irán conformando el relato, pero asimismo encuentra una extraña consonancia en la forma en cómo se desenvuelve cada segmento de la historia, siendo esa narrativa aletargada —pero en ningún momento pesada o plomiza— un reflejo idóneo del transcurso de los pasos que irá dando la expedición, empapando así sus distintas parcelas, y conformando un arco narrativo que, sin resultar precisamente novedoso, encuentra cuanto menos los estímulos adecuados en cada uno de los pasos que da la propuesta.
Yim Pil-sung realiza de ese modo un retrato que va tomando forma a través de su protagonista, el capitán de la expedición, interpretado por un joven Song Kang-ho que empezaba a dar muestras de su innegable talento —solo dos años antes había protagonizado una de las obras cumbre de la cinematografía de su país, la Memories of Murder de Bong Joon-ho—, engarzando un relato en torno a la culpa y el remordimiento que se irá desplegando tanto desde algún que otro ‹flashback› como mediante las distintas relaciones que sostiene ese personaje.
Quizá en su debe quede la función de unos efectos especiales que restan mérito a la consecución de una gélida atmósfera que acompaña esa densa narración y le otorga las aptitudes apropiadas como para verter ese horror latente, las veces convertido en enrarecido thriller, o la construcción de una suerte de epílogo un tanto confuso, pero lo cierto es que el debut de Yim Pil-sung supone una pieza ciertamente interesante y sugestiva que, logrando resultados dispares —resulta obvio que ciertos pasajes funcionan mejor que otros—, consigue triunfar donde tantas otras fracasaron: esto es, componiendo un retrato sobre el descenso a los abismos que puede suponer afrontar unas determinadas condiciones, añadiendo además un contrapunto dramático que no solo no se antoja prescindible, como podría suceder fácilmente, sino además añade matices de lo más ricos a una de esas cintas a redescubrir como espejo de un terror no tan visceral como sí definitivamente eficaz.
Larga vida a la nueva carne.