Hoy tocaba hablar de una película de posesiones en barcos en alta mar. Se estrena La posesión de Mary y queríamos algo a la altura (argumental, que no hemos visto la película para valorar) que nos sirva como alternativa para el que quiera aferrarse a las palomitas o al cojín en casa. Pero todo se ha torcido para bien, porque nos hemos decidido finalmente por un revulsivo de la tónica actual del cine de terror, que siempre es motivo de aplauso.
Dando vueltas en barco, finalmente nos hemos metido en un coche en busca de emociones hasta plantarnos frente a una nueva casa, una nueva vida, un nuevo comienzo. Esto es lo que propone en apariencia Anguish, una pequeña y atrevida película de posesiones con sello «inspirado en hechos reales» incluido, que nos enfrenta a una adolescente en un turbio estado mental y dramas maternos sin igual.
El film sigue un estilo intimista y relajado que rompe con efectismos sonoros y visuales para contar una historia de fantasmas y posesiones. El director sigue una pauta básica para sentir el horror en nuestras propias carnes: comprender a sus personajes. Una vez que uno olvida los trombones y resto de abusos para la tranquilidad del espectador, sólo una historia bien contada puede conquistarnos, y Anguish logra mantener nuestro interés, evolucionando esa historia con distintos giros apenas perceptibles pero siempre determinantes.
A simple vista, nos guiamos a lo largo de una ‹coming of age›, donde Tess se deja llevar por sus sentidos. Vemos a la joven atemorizarse por pequeños detalles, que se van fortaleciendo constantemente mientras los adultos opinan sobre su estado. Sonny Mallhi quiere normalizar hasta el último rasgo del film, por lo que se decanta por el peliagudo tema de los problemas mentales, primer diagnóstico para todo aquel que escuche voces, vea cosas que no existen, hable de lo que nadie contempla.
Tess es un personaje frágil, confuso y decadente, abrigada siempre de imágenes que se rallan lo bucólico si pensamos en ella como una joven descubriéndose a sí misma. Imágenes porque apenas surgen palabras con las que expresar lo que sucede, convirtiéndose en un ente en tránsito. Por contra los adultos son los que sufren de la incomprensión de lo que les rodea, rompiendo con la estampa que se ha dado en los últimos años de las películas de terror con adolescentes involucrados —nuestro eterno debate en esta web sobre la incursión de los adultos en películas tales como la adorada It Follows—; aquí indagan, preguntan y combaten contra lo que realmente desconocen. En Anguish hay un interés mucho más potente en lo visual (en ocasiones recreado con excelente gusto) que en la historia en sí, que parte del punto A al punto B sin excesivos cambios, pero es probablemente su sencillez la que confiere mayor interés en lo que se quiere contar.
Ese aspecto otoñal y la cámara siempre pegada a la mirada de Tess, parece querer indagar más en la tristeza que en el terror, pero no olvida en ningún momento su verdadero objetivo: la mente de Tess no está al servicio de una fuerte medicación, por lo que el terror abre las puertas a las bravas y la noche, la oscuridad, se convierten en una fuerza poderosa, con un guiño inquietante al poner desde un primer momento a la Iglesia como ente sanador, dejándola de lado casi por casualidad, como queriendo romper con su propio aspecto clasista.
Anguish llegó para dar otra vuelta de tuerca, dando paso a matriarcados y torpezas ante la muerte y lo desconocido, donde la tozudez adolescente es un grado. Siempre a favor de esas películas en las que aparentemente no ocurre nada reseñable, pero que saben modificar su rumbo para sorprendernos una vez rumiamos un poco sus ocultas expectativas.
Me imagino a Sonny Mallhi gritando «¡todo a estribor!» tirando los manuales escritos por directores con el piloto automático puesto por la borda (por no olvidarnos de la intención de ver fantasmas navegantes).