Alakazam el Grande es el tercer largometraje de animación de los producidos por el estudio Toei entre finales de los años 50 y principios de los 60, y como tal ocupa un puesto de pilar ineludible en el desarrollo de la industria del anime moderno. Su historia está basada en el manga de Osamu Tezuka Boku no Son Goku, que a su vez es una adaptación bastante libre del clásico de la literatura china Viaje al Oeste (de la que también beben obras tan reconocidas como Dragon Ball), y cuenta las aventuras de un joven Rey Mono (Son Goku en la versión original, Alakazam en el doblaje) que deberá redimirse de su actitud arrogante e imprudente escoltando a un monje budista en una larga peregrinación.
La cinta, estrenada en Estados Unidos tan sólo un año después de su estreno en Japón, no tuvo el éxito esperado a nivel internacional y se vio condicionada por un trabajo de adaptación al público occidental que desvirtuaba por completo su trasfondo. Más allá de los nombres de sus personajes, e incluso de escenas eliminadas, este rediseño de la película se caracterizó por eliminar todo trazo de referencia a enseñanzas budistas, ineludible en una historia como ésta, y que genera cambios tan llamativos como literalmente inventarse parentescos absurdos para redefinir a algunos personajes desde cero, o modificar por completo el propósito del viaje. En cierto modo, también se nota en el personaje principal, sobre todo en el grado de énfasis en sus rasgos: el Alakazam del doblaje es mucho más arrogante; el Goku de la versión original se centra más en su visión como un chaval impulsivo y aburrido de todo que se busca problemas por su falta de juicio. Y esto se nota sobre todo a nivel de diálogos, y de una voz en off añadida a la versión traducida que insiste en exponerlo directamente.
Por ello, aunque ambas versiones pueden ser disfrutables, en mi opinión deben considerarse como fundamentalmente distintas. Inevitablemente el doblaje tiene las de perder en cuanto a empaque, al reinventar el texto original resulta un producto bastante más inconsistente por el hecho de tener que cuadrar momentos de desarrollo en varios casos antagónicos, y da la sensación de que la evolución del protagonista es más errática. La versión original fluye mejor, no sin problemas a pesar de todo, que surgen de las limitaciones obvias de intentar adaptar una historia extensa en tan sólo hora y media. En general, a nivel narrativo, y sin importar en qué versión nos encontremos, es donde se le notan más las costuras a Alakazam el Grande, conformando una progresión que sucede como a espasmos, con cierta dificultad, más o menos aparente según el momento de la historia en el que nos encontremos, para transmitir los hechos como parte de un continuo.
Por el contrario, donde reúne más cualidades esta película es probablemente en su acabado técnico. Aunque sin llegar al nivel de los clásicos contemporáneos de Disney, la animación de esta cinta es razonablemente fluida, y en el aspecto de diseño artístico en general resulta muy remarcable, aprovechando con mucha eficacia el contexto mágico de la historia para dejar correr libremente la imaginación, con escenas tan impresionantes como el colorido espectáculo en el castillo del villano, o la ensoñación del protagonista ante el retrato del mago humano. Pero de todo esto sin duda el punto más destacado se encuentra en la caracterización de los personajes, su tremenda variedad gestual y la capacidad para definir su personalidad en cuatro trazos.
Asimismo, a pesar de sus inconsistencias a nivel de desarrollo la obra nunca deja de ser amena y divertida, conformando una experiencia lo suficientemente llamativa para el público infantil. Está planteada como una historia con un fuerte componente musical, con un ritmo por lo general bastante ágil y una comedia insertada con bastante habilidad y muy dada a los anacronismos. En ese sentido no es excesivamente distinta de otros clásicos infantiles más reconocidos a nivel internacional. En lo que sí difiere es en su carácter sumamente enraizado en el folklore chino, que hace que esta película sólo pueda disfrutarse en su plenitud si se tiene una cierta idea del contexto del que procede. A pesar de que proporcione los suficientes elementos reconocibles como para seguirla y que en última instancia siga un patrón muy clásico de camino del héroe, no se puede negar que estar poco familiarizado con el trasfondo puede suponer un problema a la hora de empatizar con los personajes y su desarrollo.
A pesar de todo, de la dificultad de superar barreras culturales y de que, aún sin eso, Alakazam el Grande esté lejos de ser una obra maestra, su visionado sigue mereciendo mucho la pena a día de hoy. Es una película más que digna, que tiene mucho que ofrecer y que demuestra una calidad y madurez en el uso de sus recursos muy meritorias teniendo en cuenta el estado todavía en pañales de la industria del anime. Pero además, su lugar como precursora e indirectamente como el origen de la gran diversificación temática y estilística que se encuentra en la animación japonesa a día de hoy —el propio Osamu Tezuka, ya considerado un mangaka de éxito por entonces, desarrolló un interés por la animación como expresión artística a raíz de esta película— convierte al filme en una experiencia interesantísima para ahondar en su perspectiva histórica.