Fina es la línea que separa el documental de la ficción así como fina es la que crea la frontera entre la enseñanza y la seducción. Complementando estas dos líneas se alza una intencionalidad: la del director, José Luis Guerín, tratando de crear una obra que hable de la fuerza de la palabra a través de, paradójicamente, la imagen. ¿Qué sucede cuándo lo visual acaba por comerse a lo oral? ¿Y cuando las barreras se desdibujan y cae el armazón de lo previsto? Lo que sucede es una especie de milagro cuyo nombre es La academia de las Musas.
La última obra de Guerín es, por decirlo de una manera simple, un compendio de la acción-reacción naturalista, un caos que fluye del orden y que por tanto se antoja deliciosamente perfecto es sus sinuosidades, sus recovecos, sus rugosidades temáticas y éticas. Y es que Guerín, opta inteligentemente por la no posición, por dejarse llevar y retratar las turbulencias del deseo, los celos y la poesía como un verso libre, sin la cuadrícula, sin rima consonante pero con el ritmo y la vibración que la obra va dejando en el poso del espectador.
¿Pero qué nos cuenta La academia de las Musas? La premisa es muy sencilla, observar las clases del profesor Raffaele Pinto sobre poesía y convertir al espectador en ente pasivo de aprendizaje sobre la materia y el poder de convicción del maestro. Sin embargo, Guerín consigue que paulatinamente el espectador-alumno interactúe de alguna manera no sólo con lo escuchado sino con las reacciones del resto de alumnos, estos en pantalla, y como las lecciones académicas no sólo les afectan en lo intelectual sino también en lo emocional.
Lentamente, descubrimos que Pinto es, en efecto, brillante, pero también un personaje del que difícilmente puede deshacerse el Pinto persona. Precisamente, persona, en el sentido de la acepción griega de la palabra, es lo que más y más parece dicho profesor. Una máscara cada vez más inextricable, una verborrea más y más demagógica que nos pone en cuestión el rigor de lo expuesto. ¿Estamos ante un genio o ante un demiurgo de la demagogia florida?
Si para nosotros, espectadores, resulta difícil resolver dicha cuestión, más lo es para las protagonistas femeninas del film. Discípulas primero, seducidas a posteriori contemplamos la evolución de sus sentimientos. Su relación amor-odio con Pinto, su entrega, su devoción y el halo continuo de ser engañadas, como si más que objeto de digno contendiente amoroso-intelectual fueran conscientes de ser convertidos en meros objetos, jarrones líricos esperando para ser rellenados con las enseñanzas de su maestro. Sí, hay algo sexualmente poderoso, y a la vez velado, en La academia de las musas. Un juego erótico donde el verso es algo seminal. Sí, hay algo seductoramente repugnante en Pinto y en su capacidad de trasladar sus enseñanzas al campo, por ejemplo de lo paisajístico: Bello y a la vez pegajoso, de textura casi obscena.
Guerín filma pues una película de reflejos distorsionados entre las expectativas y las realidades. Unos espéculos que acaban por devenir puro material bélico entre la teoría y la práctica, lo soñado y lo vivido, la palabra y la imagen. Un conflicto que más que la clásica guerra de sexos deviene la batalla intersexual. La belleza de la poesía, la inspiración de las musas acaba por convertirse en una suerte de jauría lobuna, sedosa pero despiadada. Y de fondo la sonrisa irónica de Raffaele Pinto que parece indicarnos que en el fondo todo era un juego, su juego, con un único ganador posible: él.