La traslación de la realidad en una ficción puede suponer un handicap, no sólo por la reestructuración de un relato que acercar a una concepción más cinematográfica del mismo, sino también en la búsqueda de soluciones que, otorgando distintos estímulos al conjunto, no terminen por coartar esa realidad en que se delimita el film. Se podría decir que Thomas Vinterberg logra en Kursk precisamente el equilibrio idóneo entre esa representación de unos acontecimientos reales, y su particular aportación a una crónica de la que a buen seguro no se llegaron a conocer detalles que, sin embargo, amplifican el espectro en el que se mueve y suscitan emociones a las que de otro modo sería difícil llegar. En el ámbito dramático, el cineasta danés consigue definir los que serán mimbres de su propuesta con muy poco; apelando tanto a un intimismo que se desentraña en los rincones de la casa donde vive el protagonista con su mujer y su hijo, como a la camaradería sostenida en las relaciones entre los marineros que se embarcarán en el submarino en el que se desarrollará buena parte de la acción, Kursk crea estrechos vínculos —que alcanzan su auge en la magnífica secuencia de la boda— de una forma para nada casual; y es que frente a esa asociación realizada por el autor de La caza, donde el pueblo cohabita hermanado, se nos dibuja un panorama sumido en la más pura decadencia, el de una nación cuya ruina (física) se traslada a un estrato (moral) que define no únicamente cada uno de sus actos, también la propia idiosincrasia de un país cuya única respuesta sólo se encuentra en un orgullo latente incapacitado para acatar la realidad tal como se presenta.
Lo discursivo no acapara una propuesta que sabe moverse en esa lucha por la supervivencia encarnada tanto en las entrañas del submarino en el que quedarán atrapados varios marineros, como en la pugna de sus familiares contra el aparato gubernamental con tal de obtener respuestas claras en lugar de vaguedades, y el marco dramático que todo ello supone, siempre matizando, y alejándose de vías que pudieran coartar la sobriedad del conjunto en pos de una sensiblería orientada a persuadir al espectador. Esto no deriva, ni mucho menos, en la frialdad que se podría deducir, y es que Vinterberg adopta en todo momento una postura que nos lleva a comprender las necesidades y los ruegos de esas mujeres, padres e hijos que desconocen por completo la situación de sus allegados; un hecho que, además de mostrar el nexo establecido entre los distintos personajes en espera, refleja una desunión palpable entre lo social y lo administrativo, desde la que el pueblo llano rechaza el método de un estado en el más profundo de los ocasos, incapaz de poder tomar las medidas necesarias, y aferrado a la concepción de patria y a la presunción que se extrae de ello con tal de no aceptar una “derrota” que todos menos la propia organización asumen.
Lejos de una disertación que se expande a lo largo del metraje, y que el cineasta concreta en sus últimos minutos, con escenas en cuyo simbolismo reside su poderoso significado, Kursk se alza como un ejercicio en el cual la técnica queda expuesta como herramienta articular para relatar la situación de quienes ciertamente debieran ser actores centrales de la narración, esos personajes a cuya realidad nos devuelve el danés para sumergirse en la vertiente más genérica del film. Con esa decisión, Vinterberg dota de una nueva dimensionalidad al relato: ya no solo somos partícipes de la contienda de sus seres más próximos por volver a reunirse con ellos, también se nos acerca a un desafío donde la supervivencia va más allá del yo, y se sostiene como parte de esa comunión a la que se alude en todo momento. Algo que, por encima de la intencionalidad, queda reflejado en la tensión que es capaz de generar a través de determinadas secuencias, armando momentos que funcionan desde la intensidad de unas imágenes que, a ratos, se revelan poderosas. Así, la crudeza que sobreviene en ocasiones a la crónica descrita, no ve coartada su condición por la consecución de un tono definido nítidamente. Kursk alcanza en el manejo de cada recurso cotas altas, funcionando como espejo de una condición que es tratada con humanidad, y si bien se pierde intentando acentuar aspectos de su discurso, y quizá no se afiance entre las mejores obras de su autor, merece la pena presenciar un regreso que, no por esperado, resulta menos significativo.
Larga vida a la nueva carne.