Acusada en Francia de estigmatizar a negros y árabes, de ser propaganda feminista contra la violencia machista y de banal por algunas de sus formas de abordar dicha violencia, Kung-Fu Zohra fue el fracaso en la taquilla francesa con el que el director y guionista Mabrouk El Mechri regresaba al cine tras dos grandes hitos internacionales. El primero, JCVD, que sorprendió a muchos espectadores ofreciendo una reinvención de Jean-Claude Van Damme como actor y personaje popular, reavivando la llama de su fama por un tiempo (que le valió para protagonizar anuncios presumiendo de su perfeccionada flexibilidad). El otro, haber rodado en Madrid La fría luz del día, una película que aquí tuvo interés principalmente por eso, aunque yo siempre la confundo con En el punto de mira, que se rodó en Salamanca.
Y ¿qué hace Mabrouk El Mechri en Kung-Fu Zohra para generar tanta polémica? De primeras, una película sobre un tema serio con un tono inesperado en algunos momentos. No diré que inconveniente, porque a menudo funciona, pero desde luego inesperado. El tono deriva de recuperar el interés por las artes marciales que ya conocimos junto al famoso actor belga, pero con otro objetivo. La seriedad, porque da la impresión de que combina el maltrato a las mujeres en la sociedad con un poco de racismo. Porque claro, el realizador francés de origen tunecino toma como punto central del argumento a dos personajes de apariencia árabe (la actriz Sabrina Ouazani y el actor Ramzy Bedia), a lo que se une que la protagonista tiene una amiga negra que también parece tener experiencia con maltratadores (Eye Haïdara). Si a esa estereotipación racista sumamos que en Francia lo peta Marine Le Pen o el otro mamarracho de Zemmour, podemos sacar unas cuantas conclusiones que coinciden con 2 de las 3 acusaciones del principio de este texto: para la comunidad árabe o negra, Kung-Fu Zohra estigmatiza y fomenta una opinión que suele provenir principalmente del racismo, pero como también puede ser entendida como propaganda feminista por todos aquellos que creen que no pueden coexistir elfos blancos con negros en la sociedad de Tolkien, podría ser que entre las dos restaran ambas acusaciones. Claro, que, podría ocurrir que los del segundo grupo vean que en esta película les dan la razón sobre que la violencia conyugal ocurre entre inmigrantes o compatriotas con origen internacional. Si es así, entonces sí que habría que dar la razón a la primera acusación.
Para la tercera acusación, tocaría hablar de las peleas de kung-fu, en gran medida deudoras del cine de kung-fu de los 70. Esta forma de rodar las escenas de aprendizaje de la protagonista y, en algunas ocasiones, de acción, convierten a Kung-Fu Zohra en una cinta muy entretenida y diferente a lo que vemos habitualmente, pero claro, ¿este montaje quita seriedad al sufrimiento del que nos intenta hacer testigos? Al final la realidad que muestra sobre la violencia machista sigue ahí, presente, intentando responder a una pregunta que a veces las víctimas se hacen o les hacen, con toda la culpa del mundo: «¿por qué te quedaste?». Y en su respuesta parece existir veracidad. En los pasos y las etapas por las que el matrimonio pasa, sobre todo a partir del nacimiento de la hija de ambos. Es como ver el documental de Rocío Carrasco sobre el ser, pero ficcionado y con coreografías de kung-fu protagonizadas por un misterioso personaje chino que no sabe hablar francés, pero es la leche en el kung-fu, por si faltaba un poco de racismo por ahí. Y es que Kung-Fu Zohra ha abierto un nuevo debate en Francia sobre su racismo bienintencionado (visto en películas como Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, por ejemplo), pero sobre todo acerca de cuestionar el lugar de las mujeres norteafricanas en el séptimo arte francés, ya que sobre el racismo igual el director de esta película tiene algo que decir.