Kristina Buozyte y Bruno Samper… a examen

Sobre las emociones han construido mundos enteros entre la directora Kristina Buozyte y su compañero Bruno Samper. Ella lituana, él francés, ambos han sabido unir sus ideales para crear un estilo que se repite a través de matices en todas sus películas, que aunque aparentemente nada tengan que ver unas con otras, saben hermanarse en el detalle. Si en su último trabajo, Vesper, ambos han colaborado tanto en dirección como en guion, y se han lanzado a la ciencia-ficción pura a través de una distopía que evoluciona a través de lo orgánico (poco tenían que envidiar sus herramientas con las que nos ha ofrecido siempre Cronenberg en sus películas), en sus inicios Samper siempre colaboró desde la escritura mientras Buozyte dirigía la orquesta, dando protagonismo a personajes femeninos muy característicos.

La morfología humana parece ser un punto de partida interesante para ambos realizadores, que dieron en salto al largometraje con La coleccionista (Kolekcioniere, 2008) que, pese a centrarse en el drama y dejar sus coqueteos con la ciencia-ficción para encuentros futuros, sentaba las bases de un cine siempre interesado en lo inabarcable del hombre (y la mujer): su mente.

En cierto modo hay una conexión directa entre La coleccionista Aurora, debido a esa necesidad de indagar en los misterios más recónditos del comportamiento humano. Como si Haneke hubiese inspirado el errático comportamiento de Gaile, la logopeda protagonista de este debut, nos enfrentamos sin miramientos a la cotidianidad de una mujer incapaz de empatizar con aquello que le rodea. Esta frialdad impera en la fotografía del film, ya no solo por la seriedad y parsimonia de los movimientos de Gaile, también por las ambientaciones de sus escenarios y la forma de filtrar continuamente la imagen. ¿El motivo? La inspirada idea de hacer reaccionar a la mujer viendo su vida editada en vídeo. Esa forma tan cerrada en su comportamiento se nos muestra con un personaje que continuamente se nos muestra de espaldas, a través de cristales de ventanas, o en las mismas grabaciones que se reproducen. Solo la enfrentamos mientras ella se observa a sí misma y reacciona a sus propios estímulos, siempre bajo el filtro del hombre que graba y edita sus particulares y revulsivas interpretaciones de la vida. Él es el contrapunto, la persona caótica y tremendamente emocional que contrarresta la tensión generada por ella, el ojo siempre pendiente y cómplice de todas las intimidades que ella está dispuesta a vulnerar, con las que él va decayendo frente a la reconstrucción femenina.

Con Aurora, ya inmersa en la ciencia-ficción, un hombre vigilaba a una misteriosa mujer a través de la psique de un comatoso. Este juego es la evolución de las ideas de La coleccionista, mostrando la necesidad que tienen tanto Buozyte como Samper por hacer crecer sus ideas. Más aferrada al drama, y sin necesidad de ignorar el lado humano de una persona incapaz de conectar con sus propias emociones, los directores saben construir más allá del relato con su forma de interpretar las imágenes que nos ofrecen, puesto que son muchos los puntos de vista desde los que se interpreta una acción, ya sea por su protagonista, por el reflejo en los ojos de quien lo graba, por la reacción de los espectadores involuntarios o por la reproducción posterior y la reacción de quien lo observa, invitándonos a reaccionar de un modo u otro según la afectación de quien participa.

La coleccionista nos ofrece la posibilidad invadir una intimidad vulnerada por la oscuridad de sus intenciones, que sabe captar con sutileza los movimientos orgánicos de una mujer que encuentra la paz en la revisión de sus propios actos. Los directores nos sorprenden con una idea abrumadora que no obtiene la ejecución perfecta, pero que da paso a unas películas innovadoras y contundentes, ofreciendo una nueva mirada desde el cine lituano.

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