Johanna es el tercer largometraje del director húngaro Kornél Mundruczó, un llamativo y provocador musical en el que se narra una versión moderna de la historia de Juana de Arco, ambientada en un hospital y con Johanna, una joven drogadicta a la que los médicos salvan la vida, asumiendo el rol de la heroína santa al descubrir que puede sanar al resto de pacientes ofreciéndoles su cuerpo. Este hallazgo no será visto con buenos ojos por el personal del hospital, conduciendo a la joven protagonista a un destino trágico.
Esta es desde luego una película extraña, que en enfoque temático remite con bastante facilidad al cine de Lars von Trier, pero que sin embargo tiene una estética muy distintiva, abundando en ella los tonos ocres y la sensación de asepsia, y con una ejecución de su faceta musical que sorprende por lo elaborado dentro de su apariencia austera. La creatividad de su propuesta se convierte por tanto en su principal mérito y razón de ser, hasta el punto de que corre el riesgo de quedarse en nada una vez puestas las cartas encima de la mesa.
Pero no ocurre eso con Johanna, que se aprovecha de un metraje breve para evitar que su fuerza expresiva se diluya. No hay, por suerte, momento alguno en esta cinta en el que se sienta estirada, y conserva su capacidad de emocionar y perturbar intactas de principio a fin, algo doblemente meritorio teniendo en cuenta la naturaleza de esta historia que en sus obvios paralelismos no ofrece nada que resulte difícil de predecir al cabo de un tiempo. Mundruczó filtra a su manera el relato original, ofreciendo una versión mucho más sórdida en la que no existen la perspectiva divina ni la esperanza de la salvación, y sí, sin embargo, la crueldad de la humanidad en todo su esplendor. Este pesimismo abocado al fatalismo impregna prácticamente toda la cinta y contribuye a hacer de ella una experiencia memorable a base de golpear sin piedad al espectador. Interpretada con eficiencia, destaca por encima del resto del reparto el papel de Orsolya Tóth, la protagonista a la que rodea un aura de divinidad que contrasta con la naturaleza mundana de su personaje, y que sin duda condiciona y mucho el potencial expresivo de esta cinta.
La película no se corta a la hora de mostrar escenas gráficas y de dar a entender implicaciones de lo más perturbadoras, tanto en la sexualidad que la protagonista ofrece por igual a ancianos y niños como en los instintos más bajos de los médicos que conspiran contra ella, contribuyendo aún más a crear un ambiente de sordidez impactante. Si hay algo que se le puede achacar en ocasiones es, de hecho, la generación de momentos en los que su provocación resulta especialmente poco inspirada. Por momentos, en ese sentido, se le notan en exceso las costuras, lo cual inevitablemente le hace perder bastante en ese aspecto. No es la situación más común ni de lejos, pero esas secuencias en las que los trucos del filme aparecen demasiado subrayados están ahí y pueden afectar al disfrute.
En la línea de lo comentado anteriormente, puede haber una cierta desconexión con la presentación de Johanna por la absoluta falta de matices en su discurso. Quien busque una obra sutil hará mejor en pasar de largo en vez de enfrentarse a una película que te grita su mensaje a la cara, y en la que no hay lugar a ambigüedades a la hora de meter el dedo en la llaga. El de esta cinta es un discurso encendido y cruel, que no ve en ningún momento la necesidad de ocultarse o suavizar su tono. Y esto puede ser positivo al crear un impacto más memorable, pero se arriesga a generar el efecto contrario en un espectador que busque un tratamiento más complejo y menos autocomplaciente.
En cualquier caso, Johanna funciona como una tragedia desgarrada y carente de escrúpulos, una obra profundamente misántropa que sacrifica la sutileza por el énfasis, jugándoselo todo a una carta y ofreciendo una experiencia burda y previsible; pero esto, lejos de ser un defecto de por sí, se comporta como un filtro capaz de generar amor, odio e indiferencia a partes iguales según la predisposición y las preferencias del espectador. Es una propuesta que a mí, personalmente, me fascina y me atrapa en su crueldad y en la energía que desprende, así como en su atmósfera y propuesta estética tan características, pero en la que puedo entender con facilidad cualquier otra respuesta.