Uno de los nombres que más resuenan en la actualidad del cine de autor es, sin lugar a dudas, el de Radu Jude. Cuatro años atrás se hizo con el Oso de oro por Un polvo desafortunado o porno loco. Después rodó la que, a mi parecer, es una de las mejores películas de los últimos años, No esperes demasiado del fin del mundo. Y el año pasado se refugió en el terreno de lo experimental/documental con Sleep #2 y Eight Postcards from Utopia. Ahora, de nuevo en la Berlinale, recibió el Oso de Plata a Mejor guion por Kontinental ’25. Una comedia negra, satírica e indudablemente política donde el director rumano parece volver a mirar a la actualidad con una cámara extremadamente afilada. O mejor dicho, un iPhone extremadamente afilado.
Aunque suene extraño, no es un error. Radu Jude buscaba volver a los hermanos Lumière y pensó en qué hubieran hecho estos si no tuvieran una cámara en la actualidad. Supuso, pues, que usarían un móvil. Se tomó el proyecto como un respiro y una liberación de la tecnología. Ya que grabar con un iPhone le permitía hacer una película pequeña, con bajo presupuesto y solo planos fijos. Entonces, una tecnología moderna acaba siendo clásica y tradicional.
Las primeras imágenes que vemos son de Ion, un vagabundo que deambula por un parque de dinosaurios animatrónicos recogiendo basura en Cluj, Transilvania. Después, este regresa a su casa, un cuarto de calderas. Un día aparece Orsolya, una asistenta social que tiene que desalojar a Ion ya que quieren construir un hotel de lujo llamado Kontinental ’25 y, claro, primero tienen que demoler el edificio. Esta le da veinte minutos para que recoja sus cosas y, a su vuelta, se encuentra con el suicidio de Ion.
Por muy disparatado que parezca este argumento, está basado en un hecho real ocurrida en Rumania hace unos cuantos años. La idea rondó la cabeza del director rumano hasta encontrar el modo de contarla. Inspirado por la Europa ’51 de Rossellini, decidió que esta sería solo una introducción para después seguir al personaje de Orsolya, quien ejecuta el desahucio que causa la muerte del vagabundo. Y, con un humor muy ácido, vemos cómo lo ocurrido afecta a la vida de esta mujer. Radu parece seguir en su línea de satirizar la realidad y retratarla de una forma absurda y hortera. Aunque, tal vez, sea la realidad la que es absurda y hortera, y él simplemente la observa de una forma acertada.
En cuanto a lo formal, la decisión de usar solo planos fijos choca por completo con la multiplicidad de asuntos y capas que posee la película. Pero es un contraste en cuanto a forma y contenido necesario. Retrata esa pluralidad esquizofrénica que te encuentras al ver las noticias o usar las redes sociales durante unos minutos, donde se produce una deshumanización de cada tema e historia para simplemente agolparlos unos sobre otros. En este caso, la mezcla de asuntos es delirante, como lo es la actualidad. La precariedad, los desahucios, el acoso por redes, el peso de la historia en una ciudad, la familia o la religión… todo unido a través de citas a Bertolt Brecht, memes, menciones a las guerras de Ucrania y Gaza, sentadillas, una aventura con un repartidor de comida a domicilio y hasta una conversación sobre el Perfect Days de Wim Wenders. Sin embargo, al retratar todo esto solo usando planos fijos que evocan una estética documental, nos hace darnos cuenta del demencial mundo en el que vivimos, en el que no volverse loco es todo un mérito.
Por otro lado, se podría pensar en lo erróneo de tratar un tema como el desahucio de un vagabundo que acaba en suicidio desde el humor. Puede que porque el cine de Jude se alce, en cierto modo, como forma de provocación, ya que seguramente esta ficción levante más ampollas que la noticia real. Una realidad que durante el metraje se entremezcla con la ficción mediante varios planos de estilo documental de los edificios de la ciudad. Empequeñeciendo esta ficción y recordándonos que esta es solo una historia ocurrida en un edificio. Pero, ¿Cuántas crónicas más esconderá la ciudad? ¿Acaso no vivimos rodeados de barbarie y horror?
