Acercándonos al último (y recién estrenado) largometraje del brasileño Kleber Mendonça Filho, una Retratos fantasma donde mira al pasado y a esos lugares en los que creció y se desarrolló, queda claro que sus inquietudes temáticas estriban principalmente en una mirada hacia las raíces propias a las que se apela desde la fisicidad de los espacios que las conformaron, pues lejos de ese componente de denuncia en el ámbito social que se sustrae del cine del autor de Doña Clara, estamos ante la perspectiva de un cineasta interesado en los rincones por los que nos tiene acostumbrados a transitar en su obra como algo más que un pretexto: estos toman una corporeidad que dota de un significado muy específico a las aportaciones de Mendonça Filho
Posando su mirada, como de costumbre —y ya no solo en este último largometraje documental, sino también en ficciones como Sonidos del barrio o la citada Doña Clara—, en una Recife que sirve como epicentro del título que nos ocupa, Mendonça Filho se sirve de los parámetros del falso documental para situarnos en una realidad paralela donde el astro rey habría desaparecido de la ciudad brasileña y, con ello, el frío habría llegado aposentándose como una suerte de estado apocalíptico que Recife frio acoge en sus imágenes después de un breve prólogo en el cual la introducción de un reportero argentino nos hará participes de la situación que se vive en la ciudad después de la caída (casual o no) de un meteorito en una de sus playas.
Así, el film dibuja cómo el cambio climático habría transformado Recife en un lugar inhóspito y alejado del destino tropical que acostumbraba a ser. Esto es abordado desde distintas perspectivas, y es que tanto la afilada crítica social —impagable ese momento en la casa de una de las familias de clase alta afectadas— como el prisma irónico que se refleja en ocasiones —los músicos callejeros y sus nuevas composiciones, la aparición de ese Papá Noel “profesional”…— dotan a Recife frio de una óptica distintiva capaz de reformular constantemente la premisa inicial no solo evitando que esta se agote, sino además ofreciendo incentivos que hacen de este particular ejercicio una carta de presentación más que meritoria.
Es, de hecho, la habilidad de Mendonça Filho para regenerar el tejido y disponer ese mentado marco apocalíptico —que se forja tanto a través de la voz en ‹off› del periodista como de las insólitas imágenes que recoge—, pero subvertir su carácter para desplegar un ejercicio que tanto sirve como acerada radiografía del Brasil moderno o como mordaz espéculo de la realidad —incluso en lo turístico— de la ciudad brasileña, lo que dota a Recife frio de una constitución adecuada a la vez que confronta aquellos temas que desea abordar y a un género al que saca todo el jugo posible en múltiples vertientes sin que por ello la crítica pierda ni mucho menos parte de su fuerza.
Es, de hecho, lo juguetón de la propuesta —no resulta casual que en los créditos, entre los agradecimientos, aparezcan nombres tan dispares como los de algunos de los Monty Python o el de Chris Marker—, aquello que otorga a Recife frio una capacidad única para dotar de una visión poliédrica pero a la par punzante a uno de esos artefactos imposibles, que logran algo más que poner sobre el tapete las cuestiones que preocupan a su autor, también el inquieto talento —algo de sobras reflejado en las distintas vías que ha ido transitando a lo largo de su carrera— de un autor que en Recife frio encuentra algo que trasciende al mero complemento de su obra, pues en ella está la glosa de un estilo del que se habla lejos de los grandes festivales —lo que, a priori, supondría la plataforma del mal llamado “cine de autor”— por motivos (de peso) que quedan perfectamente dibujados en apenas 25 minutos.
Larga vida a la nueva carne.