El estreno de Reinas nos acerca el talento de uno de esos nuevos nombres que se siguen abriendo paso en el panorama internacional, y que con su nuevo largometraje continúan explorando uno de los temas recurrentes en su obra, y es que los vínculos paterno-filiales se constituyen, por derecho propio, como uno de los estímulos centrales en la obra de la cineasta suizo-peruana, quien tras debutar con Il nido, que competiría en la sección Cineasti del presente de Locarno, regresaría al certamen con su segundo trabajo, una Love Me Tender rodada, como la anterior, en esa Suiza a la que llegaría después de tener que partir de su tierra, Lima, Perú, a la edad de 10 años —lugar al que nos lleva esta última Reinas, sumando un componente autobiográfico que, de estar presente en sus anteriores obras, no se divisaba con tal claridad—.
Centrándonos en esa segunda incursión tras las cámaras en cuanto al terreno del largometraje se refiere, Love Me Tender nos pone tras los pasos de una joven muchacha, Seconda, que padece agorafobia y vive con sus padres en un piso que lleva nueve meses sin abandonar. Nos encontramos, pues, ante una situación extraña e incómoda, tanto para la propia protagonista como para sus progenitores, que insisten en que debe intentar salir al exterior; todo ello frente a una relación aparentemente normal que se tensa, sin embargo, frente a la aparición de un nombre, el de Juliette, y ante las intentonas de su padre por convencerla. Reynicke nos introduce en esa tesitura empleando planos cortos pero abiertos, que no inciden en el particular estado de Seconda, y que henchidos del color y la luminosidad que aporta la propia vivienda, realzan un tono que se aparta mayormente del terreno psicológico en el que se podría haber sumergido con facilidad una obra como la que nos ocupa.
La existencia de Seconda dará un vuelco, sin embargo, con la partida de la madre, que la cineasta expone con un tratamiento que rehúye lo dramático —apenas una certera elipsis después del trágico momento, y una secuencia donde interpelará a su padre acerca de la tristeza que vive tras lo sucedido—, y que servirá al progenitor para huir, súbitamente, de ese entorno. Será entonces cuando la joven tome conciencia de la situación, y encuentre en ese teléfono a la entrada del hogar, única forma para contactar con el exterior, una especie de parapeto. Será, precisamente, a través de ese medio como en la vida de Seconda entrará un nuevo personaje, en este caso para reclamar las deudas contraídas por la figura paterna, y Love Me Tender empezará a hallar nuevos incentivos en esos personajes que irrumpirán en la vida de la protagonista de repente, disponiendo un nuevo objetivo.
Reynicke barniza el relato con tenues tintes humorísticos que sirven para complementar el relato e introducir soslayadamente un componente onírico sobre el que no sólo Seconda se expresará, sino además profundizará en ese trauma que sólo se había personado mediante algún diálogo. Love Me Tender escapa así de la posible gravedad que hubiera podido pesar en el periplo de esa muchacha, y si bien en algún tramo apela a ese componente psicológico que llevará al personaje a extremos insospechados —en una secuencia que la cineasta reforzará con una pequeña incursión por parte de la banda sonora, y una de las pocas que se cuentan a lo largo del film—, siempre encuentra pequeños resquicios para subsanar y apaciguar el drama, en especial mediante esos tintes cómicos —como la escena en que Seconda ensaye cómo poner fin a su vida con un arco—.
Love Me Tender conecta de este modo con un inapelable cine de autor que se mueve perpetuamente con desparpajo, que no posee complejos ni prejuicios y que apela tanto al sentido del humor como a un onirismo las veces desbocado para trazar una de esas tan pequeñas como refrescantes sorpresas que arroja de vez en cuando el panorama, y que por si fuera poco explora con agudeza e ingenio esas cicatrices que en ocasiones le oprimen a uno, pero que a fin de cuentas hay que saber afrontar y desafiar para continuar dando pasos en la dirección adecuada. Reynicke lo comprende, y además de apelar al simbolismo y realzar un sorprendente lirismo, que conecta a la perfección con su tono, nos regala uno de esos ejercicios henchidos de vida —que halla en la figura de Barbara Giordano un poderoso aliado— imprevisibles, atrevidos y tan audaces como una existencia que no para de concurrir sendas tan intensas que se antoja difícil no vivir al límite.
Larga vida a la nueva carne.