El cineasta ruso Kirill Serebrennikov, quien se ha convertido en el rostro de la represión y la censura en su propio país por su disidencia con el autoritarismo y su crítica a la homofobia del gobierno de Putin, es sin embargo uno de los que han logrado una mayor proyección internacional, con una presencia constante en el circuito internacional de festivales a través de obras como Leto o El estudiante. El film que nos ocupa en esta ocasión es de una década anterior a éstas, cuando todavía no se había hecho un nombre a nivel internacional, pero en ella está toda la energía irreverente de su personalidad artística, canalizada en una comedia negra muy llamativa.
Playing the Victim sigue las andanzas de Valya, un joven que se dedica a exactamente lo que indica el título: trabaja para la policía en las reconstrucciones periciales de crímenes, siempre interpretando el papel de las víctimas. Este inusual empleo le lleva a conocer a toda una colección de personajes excéntricos, entre testigos, criminales y policías. Por si el cóctel no fuera ya lo suficientemente potente, su situación familiar es inestable, y el propio Valya tiene una personalidad errática y disfuncional, producto entre otras cosas de una realidad familiar muy complicada, marcada por las sospechas de que su madre y su actual amante mataron a su padre y por las constantes alucinaciones en las que este último se le aparece como una figura autoritaria y vengativa.
Así pues, el protagonista es un personaje intencionadamente difícil de predecir, en cierto modo hermético a pesar de la expresividad del actor (un enorme Yuri Chursin), y potencialmente peligroso. Esto dificulta la inmersión emocional desde su punto de vista, pero también la hace más desoladora y desconcertante una vez se logra. Por supuesto, todo esto se narra desde un tono netamente humorístico, en el que incluso las situaciones más terribles se observan desde una perspectiva de burla y exageración, pero como sucede en muchas comedias negras, las risas son incómodas, grises y dejan mal cuerpo.
Más allá del propio Valya, un personaje sin duda intrigante y fascinante en muchos sentidos, Playing the Victim funciona como una metáfora coral de la sociedad rusa y de su decadencia moral y emocional, que no deja títere con cabeza. Los asesinos fingen estupidez o incapacidad para dificultar en la mayor forma posible las reconstrucciones de los crímenes, y cuando aparece alguien que podría ser inocente, su absoluta frialdad y tono burlesco respecto de la muerte de su esposa hielan igualmente la sangre. Pero del lado de la ley no están mejor las cosas. Tres personajes, aparte del protagonista, destacan. En primer lugar el comisario, despótico y propenso a ataques de ira, que no dudaría en poner en peligro la vida de los demás y que parece más motivado por el odio visceral a los criminales que por un ideal de justicia auténtico. En segundo lugar, dos policías: una mujer que se pasea por los escenarios de los crímenes con plena frivolidad y distancia emocional; y un joven torpe, lento y objeto constante de los reproches de su superior, que, como demuestra Valya gastándole una broma, es además plenamente corruptible y carece de integridad. Completando el cuadro, tenemos a los testigos, quienes muestran todavía más frialdad si cabe ante los crímenes y solamente se preocupan de aspectos superficiales, en ocasiones incluso llegando a un punto de absurdo; y el entorno familiar tóxico y sobrecargado de Valya, que se alimenta además de las sospechas de que hay algo bastante turbio en la muerte de su padre. Fundamentalmente, lo que muestra esta película a través de todos estos personajes y sus personalidades excéntricas, es un entorno social de violencia estructural y corrupción tanto administrativa como moral. Valya es una víctima en sentido figurado y real a la vez, pero es también una parte indisociable de su deprimente engranaje.
Si a nivel discursivo la película tiene una contundencia inapelable, en lo que se refiere a la puesta en escena de las mismas es algo menos sólida. No por deméritos creativos; el flujo de ideas a lo largo de Playing the Victim es constante: desde el inicio con esa grabación casi a tiempo real que nos introduce de frente a una de las reconstrucciones criminales a la atmósfera asfixiante de las alucinaciones del protagonista, la cinta contiene un llamativo desfile de experimentos visuales y narrativos a pequeña escala. Esto es bueno y malo a la vez, pues dicho flujo no parece preocuparse tanto de la cohesión estructural como de ser un campo abierto. Lo mejor que se puede decir en este caso es que mantiene una coherencia temática y emocional mínima, pero por otro lado uno siente al verla que su director está todavía “montando” dichas ideas una detrás de otra y definiendo a medias su estilo. Éste sería mi única reticencia, una que no carece de importancia, pero que se puede relativizar con facilidad frente al interés que me suscitan los diferentes aspectos de la obra. No siento que sea una obra redonda, sino más bien un artefacto imperfecto, errático y no por ello menos disfrutable.