La sensación que produce Kim’s Video es no ser tanto un documental sobre cine o coleccionismo, sino más bien sobre amor al cine, de cómo este puede devenir en una obsesión pero también sobre cómo hay quien puede aprovecharse de ello, reduciendo un bien cultural a mera mercancía destinada al negocio (no siempre lícito). O lo que es lo mismo, el cine, una vez más, como metáfora del funcionamiento económico de nuestros días.
David Redmon y Ashley Sabin dirigen lo que podría parecer un inocente video blog en primera persona sobre una investigación acerca del destino de uno de los videoclubs más míticos del Nueva York de los ’80 y ’90 (y casi del mundo entero) como fue Kim’s Video. Un lugar de peregrinación para el cinéfilo curioso y pionero, por así decirlo, de la filosofía de extender el arte aunque sea a base de copias pirata. Un establecimiento, regentado por el Sr. Kim, un coreano enigmático con pinta de mafioso que a través de cierto anonimato se creó un aura intrigante, casi de leyenda.
A través de su desarrollo, fluido y con constantes referencias cinéfilas tanto en citas como en imágenes de archivo, descubrimos no solo que el videoclub fue víctima de la era digital sino que se planteó un problema a la hora de decidir qué hacer con la inmensa colección de títulos que atesoraba. Y es aquí donde Kim’s Video se convierte en lo que podríamos llamar un thriller o una película de aventuras. Un poco en la línea de lo que en el fondo también era ¿Dónde está la casa de mi amigo? de Abbas Kiarostami, es decir, un producto con una apariencia que esconde cine de puro género.
En este caso habrá viajes a Italia o a Corea, encuentros casi anónimos como en una película de James Bond, roces con la mafia, jueces anticorrupción muertos, personajes esperpénticos dignos de Fellini y hasta un golpe que te lo firmaría Quentin Tarantino. Todo ello para dibujar un panorama que tiene mucho de humorístico pero más si cabe de esperpéntico. De desolador, al fin y al cabo. En realidad, no importa tanto como acabe la historia (no haremos spoilers del resultado) sino más bien el darse cuenta que todo ha dependido de la perseverancia y obsesión, un punto malsana pero necesaria, de sus directores.
No se puede negar pues que más allá de ser una rara avis de documental Kim’s Video es casi la película de aventuras y espías perfecta. Rápida, sólida y con el tono necesario para que el bucle que en muchas ocasiones se produce en la historia no parezca aburrido. Si algo se le podría reprochar es que por momentos los directores parecen perder el foco, estando más pendientes de poner en primer plano su necesidad de resolver el asunto que el asunto en sí mismo. Algo que, de todas maneras, no supone un verdadero debe en el conjunto global y que casi funciona como una advertencia sobre los peligros de la obsesión sin control. Aunque visto el resultado final, bendita sea por proporcionarnos una película tan juguetona como atrevida y, sobre todo, que refleje tan bien el significado de lo que implica amar al cine.