Los noventa fue una década donde el cine independiente americano alcanzó cierta notoriedad. Fueron años que vieron nacer a una gran cantidad de cineastas hoy reconocidos, pero que también han terminado abrazando a la industria y perder su identidad. Bien visto, algunos de los cineastas que más tenían que decir se han diluido en el interior de Hollywood, mientras que otros, lo más, naufragaron entre el público y se refugian hoy en día en las grandes series de televisión o están totalmente desaparecidos.
Sin embargo, hoy en día, hay otros autores que estando dentro de la industria, aún parecen luchar por un acento propio y todavía se permiten tener un pie a contracorriente. Y ellos también comenzaban a despuntar en los noventa, por mucho que no fueran los grandes nombres del cine independiente de esa década.
Noah Baumbach (Frances Ha, Mistress America, The Squid and the Whale, entre otros) pertenece a ese grupo de cineastas que despuntaron con sus trabajos ayudados por el Festival de cine de Sundance, pero que han tardado años en conseguir una estabilidad y cierto reconocimiento internacional.
Baumbach, con apenas 25 años, nos regala un película con claras consonancias con los modos de aquel cine independiente pero también erige toda una declaración de principios que se va a mantener durante toda su carrera cinematográfica. Podemos entrever ya la manera con que su director mira al mundo y de igual manera entendemos que todos sus personajes parecen partir del grupo de amigos de su opera prima; personajes perdidos, deambulando, más slackers (término muy de los 90) que otra cosa, incapaces de enfrentarse a la vida adulta y menos aún de tomar ninguna decisión por ellos mismos.
Un grupo de amigos disfruta de la noche de graduación de la universidad. A la mañana siguiente dejaran de ser estudiantes para ser otra cosa. ¿Adultos? Tal vez. El caso es que ninguno de ellos tiene la menor idea sobre como afrontar su futuro inmediato, así que acaban irremediablemente atrapados en el campus que tan buenos recuerdos les ha dado sin hacer nada de provecho.
Los personajes, definidos con pinceladas a las mil maravillas desde ese inicio en la fiesta, son del gusto de esa década, hablan más que actúan, son indecisos, miedosos, imperfectos y se sienten angustiosamente atrapados en lo que interpretan como el inicio de sus vidas adultas. En definitiva, muestra un estado mental de indecisión que el cineasta ha retratado en cada una de sus películas.
Así que tenemos a unos perdedores dando vueltas por una Universidad a la que ya no pertenecen (excepto uno de ellos que vuelve a matricularse como una solución para escapar al vacío existencial). Con las miradas perdidas, fumando y regalándonos ágiles frases tan marca del cine independiente mientras la vida se les escapa.
Y entonces, casi sin darnos cuenta, estamos dentro de una historia a la que más de uno le acusa de no ocurrir nada. Hay tono, tan melancólico como crítico. Porque si Noah imprime algo a sus películas es una cierta sensación de crueldad real y muy crítica con sus personajes. Estamos con ellos, pero sus imperfecciones son sangrantes y sirve tanto para identificarnos con ellos como para reírnos de nosotros mismos.
Por así decirlo, su visión es más autocrítica que la de Sofia Coppola, a la que no sin cierta sorna se le mencionado como “la retratista de la vacuidad”. Y más irónica. Su cineasta quiere a todos sus personajes, pero no deja de reírse de ellos, seguramente porque todos tienen algo de él mismo.
Kicking and Screaming es una de esas películas corales de jóvenes que andan y hablan. Una de esas cintas que te joden el alma si tienes un mal día, pues se siente demasiado cercana.
Una generación que creció sin sueños que alcanzar y que tiene demasiado miedo como para enfrentarse a un futuro que creían lejano y que de pronto está ahí llamando la puerta. Toca volver a matricularse en la universidad, quedarse en casa quejándote del mundo mientras haces crucigramas, recordar a aquella novia que se fue a Europa o paralizarse por el miedo y no asistir a tu máster para no perder el contacto con tus colegas.
Y sin embargo, es en la parte final donde su autor modifica el rumbo de sus personajes, donde se permite situarlos en una dirección para enfilar sus vidas. Y esto ocurre incluso a pesar de sus personajes y la apatía que mostraban. Ese año perdido parece haberles situado en alguna dirección aunque no fueran conscientes.
Es curioso constatar que el personaje principal es el único que no logra reubicarse. Precisamente ese proyecto de escritor, bloqueado sentimental y profesionalmente no alcanza su meta en el momento que decide actuar. Y es interesante porque parece claro que es el personaje que más se asemeja al propio director.
Ese final nos regala uno de los momentos más crueles jamás creado por Baumbach. Si en Frances Ha el viaje a Francia servía para deconstruir la idea del viaje como manera de encontrarse a uno mismo (brillante y desoladora secuencia) y donde el regreso era la constatación de que no había huida posible (cuántas pelis pseudo New-Age con el mantra estoy perdido-hago un viaje-me encuentro a mí mismo-soy feliz), en su opera prima sigue jugando con esa idea.
Divertida y melancólica, Kicking and Screaming es la eterna película de su director, sólo que uno puede imaginarse que su director está emocionalmente muy cerca de ese estado mental que describe. Y cuando el dolor es tan cercano duele incluso más.
Muy buena, muy buena, muy buena crítica, sí señor.