Kendra and Beth podría resumirse en aquel concepto “borgesiano” de la Aventura y el Orden (adaptado posteriormente por César Luis Menotti en su traslado ideológico en lo futbolístico). Una historia que pivota al respeto de una vida ordenada en cuanto a la rutina, el cautiverio sentimental y el extrañamiento e indefensión ante un mundo que se percibe como hostil. Frente a ello, la irrupción de la aventura en cuanto a convulsión sentimental provoca un choque, un despertar no exento del drama consecuente.
Dean Peterson nos traslada a un lugar inhóspito, frío, cuyo contexto geográfico tiene su correspondencia con las formas de ser de sus dos protagonistas. Sin embargo, lejos de encapsular el planteamiento, da espacio para la evolución emocional, para ofrecer un despliegue de tonos que, aunque a veces tira de manual de tópicos, se sienten orgánicamente auténticos. Esencialmente en cuanto a la capacidad de posicionarse en una distancia media que permite observar y a la vez empatizar con los distintos aspectos y situaciones sin caer en maniqueísmos.
Quizás a Kendra and Beth le falte algo de arrojo visual y le sobre el peso del manual de la dramedia indie. Algo que se hace muy patente cuando Peterson toma decisiones más libres, más locas si se quiere, ofreciendo, por ejemplo, uno de los momentos más desternillantes, en cuanto a comedia del absurdo, de los últimos tiempos. Un momento que se construye precisamente desde lo contrario, desde la tensión, el plano corto y la incertidumbre más propias de un thriller que de, como decíamos, del topicazo indie. La lástima es que dicho momento no consigue sostenerse durante todo un metraje que, en demasiadas ocasiones, opta por una “profesionalidad” mal entendida.
Pero como decíamos al principio, lo importante aquí son los conceptos de la aventura y el orden y, sobre todo, cómo pueden ser mal entendidos como forma de vida. Peterson muestra todas sus vertientes positivas, lo bueno de cada uno de los conceptos, pero también sus aristas, de como llevarlas al extremo puede ser más problema que solución vital. Un proceso que detalla minuciosamente a través de las contradicciones sentimentales que se producen y cómo interactuamos ante ellas en base a un ‹modus vivendi› operativo pero no siempre satisfactorio.
El resultado final, agridulce, se siente como autentico en cuanto no hay una decisión que tienda hacia el drama excesivo o el ‹happy ending› desbocado. Es decir, el camino que Peterson nos muestra no es el de lanzarse a una decisión unilateral, a la elección de una forma de vivir: entre la aventura y el orden surge un balance que no sirve tanto como solución definitiva, pero sí como remedio eficaz de sanación, de equilibrio.
De esta manera estamos ante un film que huye en cuanto a mensaje de la tradicional dramedia gay para convertirse casi en un ejercicio de tesis “hegeliana” en cuanto a lo sentimental. Cierto es que, como comentábamos, se siente a ratos algo falta de ambición y presa de soluciones arquetípicas fáciles en cuanto a personajes y algunas subtramas con subtexto un tanto forzado. Aún así, se agradece la capacidad de poner sobre el tapete una narración que resulta naturalista, creíble en fondo y forma y que, de alguna manera, proyecta un enfoque novedoso en cuanto a la filosofía del asunto.