Keiichi Hara fue durante mucho tiempo un nombre asociado a la franquicia de Shin Chan hasta que abandonó al popular personaje nipón para comenzar una trayectoria más que interesante en el mundo del largometraje de animación, como aquella obra suya titulada Kappa no ku to natsu yasumi (El verano de Coo, 2007), que servía como ruptura para sus anteriores trabajos, centrados en el niño ese que enseñaba el culete y hacía las delicias de toda mi generación mientras yo me quedaba callado en silencio odiando sus dibujos y su supuesto humor.
Tras esta primera aproximación a un mundo alejado del encasillamiento que mantenía desde hacía décadas, su siguiente obra fue la muy celebrada Colorful (Colorful, 2010), que fue recibida de manera harto positiva en Sitges.
Colorful, novela popular del autor Eto Mori (o Mori Eto, nunca me aclaro como se posiciona los nombres y apellidos de los orientales), que ya había tenido al menos una adaptación anterior 10 años antes, comienza con un personaje que no vemos llegando a un lúgubre anden donde se reúnen los recién fallecidos. Allí un joven le da la bienvenida y le indica que tiene una segunda oportunidad en el mundo de los vivos reencarnándose en el cuerpo de otro chico que acaba de suicidarse. Para ello, sólo tendrá que descubrir los motivos de tan atroz acto y enmendarlo.
Esta introducción, que a algunos les puede recordar a esas viejos clásicos americanos tipo Chances Are (El Cielo se equivocó, 1989, Emile Ardolino) o Heaven Can Wait (El Cielo puede esperar, 1978, Warren Beatty & Buck Henry) encaja a la perfección con una manera de entender la relación entre la vida y la muerte que se asemeja más a lo visto en otras representaciones japonesas, tipo After Life de Koreeda.
El tono de comedia mezclado con romance en el cine americano junto con un rollo ‹new age› religioso cambia a una visión más dramática y anclada en la mitología del país del sol naciente (dios mío, yo escribiendo estas cosas y no soy nada más que un simple amateur de la cultura japonesa. Ténganlo en cuenta) que se detiene en algunos de los elementos culturales que suelen ser tabú en cualquier parte, como es la del suicidio. No es plan de destripar nada más del argumento, lo cierto es que la cinta cumple de manera más que satisfactoria en su respuesta a explicar lo inexplicable y en todo su tratamiento sobre el suicidio, la culpa o la redención.
El film se detiene en el protagonista Makoto, y en las personas inmediatamente más cercanas a él, su familia. El cineasta, imagino que al igual que en la novela en la que está basada, hace una deconstrucción de estas personas hasta mostrárnoslos con todos sus pequeñas virtudes y fallos pero, sobre todo, en los detalles de su vida diaria que los atormentan de manera lenta pero inexorable. A parte del núcleo familiar y los amiguetes de Makoto, tenemos también una especie de ángel que cuida de Makoto, del que también iremos observando una progresión en su personalidad y descubriendo más de lo que parecía al principio.
Colorful es una buena obra, que en otro momento de mi vida hubiera supuesto una auténtica revelación. Muchos la pueden encontrar tediosa, pero lo cierto que el tema y el tono van de la mano de una manera conmovedora, aunque en ocasiones algunas de sus escenas se alejan de lo dramático para caer en lo facilón, hecho que lastra el conjunto en mi opinión. De igual manera, y aunque siempre respeto la duración que sus responsables otorgan a sus proyectos (si respeto a Béla Tarr y sus 6 horas de duración, se puede respetar hasta casi cualquier ser humano), las cerca de dos horas no es que se hagan excesivamente largas, sobre todo con todos los flecos que sus responsables abordan y su intención de darle una cierta profundidad a sus personajes, pero si que es cierto que acaba agotando en sus situaciones dramáticas, algunas un poco excesivas narrativamente.
Para finalizar, es todo un acierto ese punto de vista inicial, la de un alma en el cuerpo de un niño de 14 años que al priori no afectan en absoluto las decisiones y el contexto anterior que vivía Makoto pero que carga con todo su pasado. Desde el rechazo hasta la empatía, los diferentes estados por los que transita ese alma y su nuevo entorno son lo mejor de la función.