Keepers, el misterio del faro posee, de entrada, todos los ingredientes que me gusta encontrar en una película: una trama intrigante y rica en suspense, un escenario atractivo (esa isla golpeada por el oleaje), un reparto de excelentes actores y una factura técnica notable. Sin embargo, y pese a sus no pocas virtudes, algunas ya mencionadas más arriba, la sensación última que deja es de insatisfacción, de oportunidad perdida. Tenía todo en sus manos para lograr un entretenimiento de género oscuro y fascinante, pero el titubeo y la impericia tanto de sus guionistas como de su director hacen que su potencial se vaya diluyendo conforme avanzan los minutos, como pólvora mojada a la que se intenta prender fuego cuando ya es demasiado tarde y sencillamente la cosa no puede arder.
La historia se inspira en un caso real, la inexplicada desaparición de tres fareros en una remota isla de Escocia. A partir de este suceso, los guionistas Joe Bone y Celyn Jones plantean una plausible respuesta al enigma, pergeñando un thriller de escenario único y pocos personajes que habla de codicia, culpa y violencia. Nada que objetar: apostar por la exploración de las zonas de sombra que posee el ser humano supone uno de los mayores atractivos de la película. Lo que chirría es la difícil, acaso caprichosa, calibración de estos tres elementos. Si loable y meritoria es su voluntad de no ceder al espectáculo de acción más frívolo, más cuestionable es su forma de desarrollar y plantear el impacto psicológico de la violencia en sus personajes, impacto que los empujará hacia el abismo de una peligrosa demencia, no siempre de forma verosímil.
El novel pero experimentado director Kristoffer Nyholm (hay mucha televisión danesa y británica a sus espaldas) entiende perfectamente el calado humanista de la propuesta, y como tal huye del maniqueísmo y de la acción estandarizada de Hollywood, algo que le honra; sin embargo, no puede evitar que determinados giros de la trama se sientan algo forzados. Tampoco se ve capaz de sostener la tensión de su estupenda premisa: pasada una primera media hora modélica, que golpea y engancha definitivamente al espectador con aquella escena en la que los protagonistas intentan socorrer al náufrago, lo que acontece luego está regido por el desequilibrio, alternando momentos de interés con caídas de atención en las que la trama se estanca y encalla en un terreno dramático un tanto fatigoso.
Podría decirse que la película funciona, por tanto, a ráfagas. Incluso el trabajo de Nyholm se contagia de esta irregularidad y nos depara una de cal y otra de arena: si podemos alabarle la tensión con la que resuelve la escena del rescate o su buen ojo para filmar el terreno agreste de la isla (con la ayuda del director de fotografía Benjamin Wallfisch), dotando a la cinta de una cualidad atmosférica que está entre sus mayores alicientes, también cabría reprocharle su dificultad para organizar el espacio en una escena de acción puntual y determinante que pierda gran parte de su impacto por culpa de una labor de dirección y montaje torpe e ineficaz.
Es, como puede verse, una película de altibajos, pero que resulta recomendable si uno está interesado en sucesos enigmáticos y en los thrillers que nadan a contracorriente, capaces de priorizar el componente humano frente al espectáculo puro y duro, cocinados a fuego lento (quizás demasiado lento) e interpretados por un plantel de actores entregados, desde los veteranos Mullan y Butler al bisoño Connor Swindless, sin olvidarnos del inquietante magnetismo del danés Søren Malling. Que Nyholm no acabe de sacar todo el partido esperado a un material tan sugerente no es, en fin, óbice para disfrutar con esta pequeña propuesta, en cuya ejecución se percibe el esfuerzo de todos sus responsables y su voluntad de hacer algo con más peso dramático de lo que es habitual en este tipo de películas, más teniendo a Butler entre sus filas.