La intimidad se lleva mejor con la luz encendida cuando hay demasiada confianza, esa confianza que se gana con largos años juntos, donde queda claro que nos querremos siempre pese a las adversidades y quedan perdonados todos los pequeños pecados que nos separan. Pero seamos realistas: ¡ay, que puto es el amor!
Keep The Lights On es un escaparate hacia el amor costumbrista, la eterna evolución de la pareja que se transforma poco a poco en una especie de familia, desde su fogosidad hasta el insoportable desgaste, sin mostrarnos melodramas ni artificios que nos quieran manipular. Es fácil integrarse en esta historia sólo por tocar nuestra fibra sensible al sentirnos identificados en nuestros aciertos y fracasos en esto del querer. Es muy sencillo: soporta una relación a empujones alguna vez en tu vida y comprenderás la mirada de Erik en cada situación determinante junto a Paul.
Es Erik al primero que conocemos en esta historia con fechas marcadas. En 1998, en esa situación en que uno tiene ganas de sexo y piensa que una llamada a un desconocido cualquiera puede acabar con una fascinante cita en la que acabar con los pantalones bajados, describiendo al chico rubio, alto, guapo, bien formado y dotado… hasta encontrar un Paul, alguien con quien conectar y repetir, que tiene cara de inocente, es amable, cariñoso e inteligente, ese tipo con quien compartir tu amor de un modo desesperado, como cualquier inicio, entregado y pasional, disfrutando de cada momento con esa fogosidad tan perfecta con la que anhelas empezar… algo. Pero no son iguales, son complementarios, lo que parece un plus para durar juntos, lo que realmente se convierte en una excusa para soportarlo. Erik sigue con su búsqueda de un fotógrafo que retrató la homosexualidad en otros términos para su documental, y Paul trabaja, con un sueldo y una estabilidad, retales de una vida que nos permite ver su naturaleza.
Ira Sachs es quien decide que sea Erik nuestro nexo de unión en esta realidad, es él quien tiene ese aspecto dulce e inmaduro, en el que la determinación no es su fuerte pero que con el paso del tiempo, en esas puntuales escenas en las que está junto a Paul o en las que él es el único presente, vamos tomando conciencia del rumbo de este amor, de la intensidad con la que se puede amar incluso cuando todos ven que se trata de un caso perdido, cuando hay puntos álgidos de pasión y de dejadez en esta montaña que se va erosionando con los años. Cuando la efervescencia inicial se acaba, comienza lo complicado compartiendo una vida junto a otra persona, en este caso el estigma es la inseguridad, la que proporciona por parte de uno la droga, la que no consigue que el otro tome las riendas por ese miedo a sufrir, que consigue justo el efecto contrario.
En esta relación hay otros personajes que se entrometen de un modo leve, esos en los que refugiarse o con los que entretenerse, pero es siempre el mismo pilar el que centra nuestra atención, los dos hombres que van creciendo y perdiendo el equilibrio tras la ingrávida sensación inicial. ¿Es la felicidad un espejismo o cuando amas olvidas la cordura por respirar el aroma de tu eterno amante? Son los ojos de Erik cuando miran a Paul los que dan toda la dignidad y el toque visual perfecto al metraje, es la sonrisa abierta ante cualquier problema o duda de Erik la que demuestra la entereza de una pareja tan creíble que nos permite sufrir en la distancia con ellos y acariciar con delicadeza los silencios más cómplices.
Son muchos los años que se suceden en esta historia, tantos que se vuelven livianos y pasajeros, cruzan todas las etapas posibles en una pareja con la calidez de sus tonos, esa música casi imperceptible que no sobresalta ninguna escena, sólo acompaña, como lo hacemos nosotros. Tiene detalles en pasajes de una vida que se convierten en apuntes, y así conforma Keep The Lights On una bonita y triste relación de idas y venidas, de maravillosas noches de manos entrelazadas y de interminables ausencias, de un apoyo mutuo intermitente, un amor desgastado plasmado en nuestra mente con los momentos en los que uno quiere hundir sus dedos en el cabello del otro sin saber si al final querrá tirar de él con fuerza, una película que te lleva a remover recuerdos ya lejanos, donde Thure Lindhardt es una gozada sensitiva con su sola presencia. El amor es demasiado universal como para no ganarnos con un sencillo relato de amor que se alarga en el tiempo hasta desintegrarse con la desnudez presente en sus almas.