Estambul es una ciudad mítica por muchas razones, derivadas especialmente de su situación geográfica que la convierte en la puerta de enlace entre Occidente y Oriente. Multitud de personas de varias razas y religiones se concentrar en un lugar cuya riqueza arquitectónica ya deja entrever su glorioso pasado. Pero en la localidad otomana no solo hay sitio para las personas. Los gatos colonizan buena parte de las calles estambulitas y conviven con el ser humano en cierta armonía. Personas que les dan de comer, les acarician, les invitan a su casa e incluso sienten que tienen una deuda con ellos. Lejos de ser unos animales cualesquiera, los gatos son habitantes de la ciudad aunque no formen parte del censo.
La cineasta turca Ceyda Torun es una de estas ciudadanas estambulitas que sienten una conexión especial con los gatos. De ahí que se decidiese a rodar Kedi (Gatos de Estambul), un documental que pretende mostrarnos la vida de los felinos en la localidad y su constante interacción con las personas. Una vida que, como sabrá cualquiera que conozca bien a estas criaturas, está basada en una rígida rutina que no les impide desviarse de ella en el momento que vean un peligro, una presa o algo que les despierte su inagotable curiosidad. Gatos con nombre o apodo, gatos tranquilos o demasiado activos, gatos desvergonzados o tímidos, gatos comilones o gatas que comparten su pieza alimenticia con sus hijos… En el film, como en la vida real, se muestran todo tipo de personalidades felinas.
El documental se nutre de los testimonios de diferentes habitantes de Estambul, que narran diferentes historias acerca de los gatos del lugar. Aunque cualquier persona que conviva con un felino ya conozca bien lo mucho que estos animales pueden ofrecer, lo cierto es que algún relato de Kedi parece casi de ficción por el grado de sorpresa que despiertan. Precisamente, el hecho de que el film pueda agradar tanto a personas habituadas a estar rodeadas de gatos como a aquellos que no les conozcan tan bien es una clara muestra del conocimiento que desprende su directora a la hora de transmitirnos la vida de los felinos, sin que sea necesario que la propia Torun trate de robarles un segundo de protagonismo a ellos o al resto de habitantes de Estambul. La cámara busca constantemente al gato y nos muestra la ruta que varios de ellos hacen por las calles de la localidad turca. Incluso en esos amplios planos que captan la ciudad en todo su esplendor, los espectadores más atentos conseguirán ver a un felino situado en los rincones más difíciles de imaginar, tal y como son ellos en realidad.
Lejos de buscar una humanización de los animales, como erróneamente se intenta transmitir por parte de algunos de sus presuntos defensores, Kedi muestra el lado más puramente gatuno de estos adorables seres. Torun demuestra que la convivencia en calles y edificios es beneficiosa para ambos y que la libertad de los felinos no está reñida con el normal discurrir de la vida de los estambulitas, a través de diversas imágenes donde vemos cómo los gatos piden comida a la gente que está sentada en las terracitas de cafeterías o al propio personal del negocio. Circunstancias que incluso en ciudades con bastante presencia felina (Madrid, por ejemplo) serían asociadas con molestias o falta de higiene, en Estambul se interpretan con una gran naturalidad. Por otro lado, el hecho de que la directora no muestre o insinúe el rechazo de algunos ciudadanos a los gatos no significa que aquel no exista sino que, bajo lógica interpretación, la negatividad no tiene cabida en un documental que precisamente intenta mostrar la cara más amigable de estos entrañables animales.