Ya queda lejos Antes de la lluvia, aquel portentoso debut que sorprendió a propios y extraños donde Milcho Manchevski diseccionaba las consecuencias de la Guerra de los Balcanes con una brillantez digna de elogio, y aunque el realizador macedonio ha decidido, a diferencia de tantos otros cineastas que vivieron de cerca el conflicto, virar en otras direcciones y dejar atrás (al menos, cinematográficamente hablando) un pasado todavía acuciante —algo que se deduce de no pocas producciones del este, que continúan volviendo sobre el mismo—, sigue indagando en torno a una sociedad que también emerge en ocasiones como uno de los temas recurrentes del cine de esa determinada zona —algo que se aprecia asimismo en autores como la bosnia Aida Begić y su reciente A Ballad—. Así, y si bien el cineasta ha explorado géneros menos habituales, desde el western en Cenizas y pólvora al terror con Senki (Entre los muertos) pasando por el fantástico (a su manera) de Bikini Moon, nunca ha perdido la perspectiva en torno a su tierra, a la que regresa con Kaymak en un acercamiento a otra categoría extraña para Manchevski como es la comedia. No una comedia pura, por supuesto, pero sí una obra que combina tentativas dramáticas con un humor bastante directo, donde no caben medias tintas, e incluso conatos de un erotismo que conecta más bien con su vena cómica lejos de tantear aspectos más oscuros o sugerentes. Algo que, dicho sea de paso, Kaymak deja claro en todo momento, y es que más allá del resultado (en este caso, endeble) de la propuesta, cuanto menos hay que apreciar que posea la suficiente honestidad como para no querer fingir algo que no es.
Es, de hecho, la ausencia de sutileza, aquello que prácticamente define el film desde el primer minuto, cuando en apenas una escena Manchevski expone una confrontación en un palmo de terreno, donde al lado del (humilde) hogar de los protagonistas se alza un moderno edificio cuya desconsiderada dueña arroja las colillas al patio de sus vecinos. No queda, pues, nada más que añadir ante tamaño contraste, si bien el macedonio lo apuntala con algún diálogo entre Danche y Caramba, los propietarios de esa modesta casa cuyo vínculo parece estar sostenido por la incomunicación, pues incluso perciben de distinta manera ese comportamiento que tanto saca de sus casillas a Danche: él, por su parte, más bien lo ignora, embebido por una apatía que reina su día a día y solo rompe la presencia de Violetka, una tendera de la zona donde trabaja. Tanto la aparición de ese personaje por un lado, como el cambalache que realizarán sus vecinos con una familiar lejana con tal de solucionar cierto problema biológico, variarán el rumbo de los acontecimientos. Será entonces, a raíz de una serie de relaciones un tanto atípicas, cuando Kaymak empiece a mostrar sus cartas, evidenciando una cierta denuncia social que nunca llega a cristalizar —y que, además, desperdicia su contenido en esa vertiente de exploración del sexo, obviando incluso temas morales que podrían haber otorgado un contrapunto distinto al film—, así como una vis cómica tan desenfadada y chabacana como se supone que es la desinhibición que obtendrá la pareja protagonista con la llegada de Violetka. Queda clara, en ese sentido, cuál es la intención de Manchevski contraponiendo dos situaciones (por más que los motivos sean rematadamente distintos) cuya lectura no podría estar más alejada. El principal problema de Kaymak no es, de todos modos, el desaprovechamiento de una discursiva que en otras manos hubiese sido mucho más corrosiva y punzante, sino la presencia de una brocha gorda que termina empujando el producto ya no a un absurdo que parece del todo buscado, sino a una nada que deja en agua de borrajas cualquier propósito por sugestivo que pudiera ser.
Larga vida a la nueva carne.