Karen es un hito, una película extraña en el panorama nacional actual. Desde su fantasiosa recreación de una historia muy popular (¿hace cuánto no veíamos una adecuación tan asombrosa de la lengua española a elementos extranjeros?) hasta su brillante uso del espacio entre personajes, se consagra como una ‹rara avis› que gana con cada visionado.
No hace mucho que tuve serias dudas acerca de la opera prima de María Pérez Sanz. En el Festival de Sevilla su huella me dejó un regusto entre placentero y oscuro, entre natural y antinatural. Ahora, tras verla por segunda vez, mis dudas comienzan a disiparse casi por completo… No es Karen una película fácil a pesar de su aparente sencillez formal y narrativa. Su horizontalidad y facilidad de diálogo encierran un misterio sobre todo emocional que aúna a sus dos protagonistas: Karen Blixen (autora de Memorias de África) y Farah Aden, su criado mahometano. Mientras ella habla, él se mantiene en silencio hasta que, poco a poco, van cambiando las tornas. En una unidad que, según Karen es fruto del destino y según Farah, de la voluntad de Alá, su relación se mantendrá estancada a medida que se estrechará tras el día y la noche. ¿Contradictorio? No lo es más que la dualidad paisaje/localización con la que juega la película y tampoco suena más extraño que el sueño y la historia que ambos personajes cuentan respectivamente (sacadas del libro, como tantos otros pasajes). Mediante una fotografía que corre a cargo de otro importante cineasta español como es Ion de Sosa, los campos de Extremadura (concretamente en una finca de Trujillo) se transforman en los paisajes keniatas por los que ambos caminan decididos a conseguir un objetivo que jamás conoceremos.
Partiendo de lo invisible, de lo que no puede verse si se mira con ojos estupefactos o poco interesados, Karen explora la relación entre una mujer con poder y un hombre de fe sin ceder a jerarquías, pero tampoco mostrando ni un ápice de paternalismo. La tensión, liviana pero existente, amanece como una manera de intercambiar papeles y sentimientos para que, a la hora de comprender mejor la esencia del film, se logre ver más allá de lo representado. En una escena concreta, Karen y Farah contemplan las estrellas y ella le explica a él las constelaciones. Cuando divisan Aldebarán, la estrella de nombre árabe que persigue a la Pléyades sin nunca alcanzarlas, Farah se lamenta mientras Karen permanece callada. El significado del nombre de la estrella es “el que sigue” y muchas fábulas populares la utilizan para designar al hombre y a la mujer perseverantes que no aceptan derrota. Como Aldebarán y las Pléyades, Farah y Karen mantienen una distancia melancólica; siempre se encuentran siguiéndose sin poder sortear el espacio físico, cultural y racial que los mantiene en lados opuestos del plano, al menos hasta que avanza el metraje y sucede el acercamiento más frágil, cauteloso y cariñoso posible. Sin explicitud, sin sobrexplicación y sin temor a hacer del misterio y el silencio visual la clave de todo. Karen se sitúa entre la tradición clásica y la modernidad, entre Howard Hawks e Ingmar Bergman, y termina por arrojar mucha más luz de la que parece en su propio mundo y en el nuestro: el mundo del cine de autor que se constituye a base de la ilusión y la sugerencia más interesantes.