A medida que la tecnología evoluciona y se hace más compleja, la finísima línea que separa al ser humano de los animales se hace cada vez un poco más gruesa. Hay algo de ‹hibris› en la creencia de una supuesta superioridad humana sobre el resto de especies, muy especialmente si somos capaces, como lo estamos haciendo estos días, de darnos cuenta de nuestra increíble fragilidad.
Como si quisiera acercar lo humano a su realidad, o al menos a su origen, la artista visual y realizadora griega Janis Rafa plantea en Kala azar un ensayo tan mínimo como profundo sobre nuestra bestialidad: qué es aquello que nos une y nos separa del resto de animales. El título hace referencia al nombre con que se conoce también la leishmaniosis, enfermedad infecciosa que suele infectar a muchos perros y también a algunos humanos, especialmente en países en vías de desarrollo.
La enfermedad es especialmente común en las perreras, lugar que actúa como vector central de la película. Es posible quizás equiparar la manera de vivir de la pareja protagonista con los perros asalvajados que viven en la perrera; personas al margen, sin nombre y casi sin palabras, itinerantes, que mantienen únicamente el necesario contacto con la civilización. La buena secuencia inicial, en la que los jadeos de la pareja protagonista manteniendo relaciones sexuales se mezclan con los de los perros a su alrededor, es un buen ejemplo de ello.
Quizás lo que les distingue (y por ende, lo que distingue al ser humano de las bestias) es la importancia que le otorgan a los ritos. El trabajo de los protagonistas consiste en recoger animales fallecidos en casas particulares para cremarlos y enviar las cenizas a sus dueños. Es interesante observar el respeto con que los protagonistas tratan a los animales muertos, respeto que se basa sin embargo en una costumbre muy humana —el rito de la muerte, el luto—.
Aunque no tienen tanto peso en el film, los otros personajes (los padres de la mujer protagonista y uno de los empleados de la granja de pollos que regentan) conviven también con esa dualidad (y contradicción) entre comportamientos humanos y animales. El padre, por ejemplo, paga a una banda de música para que toque a los pollos antes de que sean sacrificados. El empleado es transportado a la granja en una especie de moto-jaula. La madre se baña junto a uno de sus muchos perros.
Janis Rafa también se fija en las relaciones de poder y dependencia que se dan entre animales y humanos. El protagonista trata a su pareja como un animal, dándole órdenes e incluso usando su superioridad física sobre ella. En otras ocasiones, estas relaciones son mucho más sutiles, dejando la impresión de que se podría haber profundizado más en ellas. Hay una cierta voluntad de su directora por dejar respirar el film, por darle una cobertura misteriosa, algo que consigue, pero que en ocasiones también resulta algo frustrante. Hay personajes cuyo papel en la película no acaba de ser aprovechado, o situaciones y tramas que se quedan en meros apuntes a pie de página.
Sin embargo, Kala Azar es una película que despierta instintos, y que pese a su ritmo pausado y ausencia casi total de diálogos no se hace difícil de digerir. Janis Rafa tiene muy claro sobre qué quiere hablar y qué quiere mostrar, aunque a veces deje al espectador con ganas de más.