Por una vez, y sin que sirva de precedente, hay que destacar que una traducción de un título resulta más apropiado para una película que el original. Sí, el Two Ships inglés (Vilaine fille, mauvais garçon en el original) describe perfectamente la intencionalidad del debut de Justine Triet: narrar de forma concisa el encuentro (o choque) entre dos personas que son dos barcos en una auténtica deriva existencial y emocional.
La historia, mínima, quizás no aporte nada nuevo al subgénero del “boy meets girl”, sin embargo sí podemos extraer varias conclusiones a nivel formal que acabarán siendo una constante en filmografía de la directora francesa. Hay que reconocer el desparpajo y un cierto gusto por la revisitación, esencialmente rohmeriana, de enfocar este tipo de encuentros. Las elipsis, las conversaciones en espacios cerrados, las fiestas e incluso el score nos remiten de inmediato a la manera en que Rohmer construye habitualmente las génesis de las relaciones de pareja. No obstante no estamos ante un mero copia y pega de las estructuras sino que, a través de la inclusión de un mayor dinamismo de cámara, las situaciones se suceden en un crescendo que le da un frescor y una vitalidad más propia de la screwball comedy que de la nouvelle vague.
Todo ello consigue dotar de ritmo y síntesis preciso a la historia, es decir, todo fluye correctamente sin caer en atropellamientos ni condensaciones gratuitas. Por ello la sensación que da este Two Ships es de estar ante un film inusitadamente compacto para ser una ópera prima. Algo que tiene especial mérito teniendo en cuenta que lo narrado podría caer en un déjà vu de lo intrascendente, de lo visto mil veces antes.
Y es que Triet usa sus recursos para crear una corriente de empatía directa entre personajes y público, Nos los acerca con tal naturalidad y mimo que automáticamente se entra directamente en sus problemáticas y derivas emocionales. La clave pues está en la cercanía, en poner sobre la mesa de forma fluida y espontánea los dramas e inseguridades sin magnificarlos, mostrándolos como piezas inevitables y por tanto cotidianas de la vida de sus protagonistas.
Sí, es cierto que, aunque el tono es el adecuado, quizás a la directora francesa se le va la mano en cuanto al cariño mostrado por sus “criaturas” lo que impide un retrato más profundo en lo psicológico y crea una aproximación que peca por instantes de teatralidad de cartón piedra, de ligereza sublimada, de desdramatización banalizante del, valga la redundancia, drama de fondo que se quiere contar.
Estamos pues ante un punto de partido, una declaración de intenciones en cuanto a debut cinematográfico, que sienta las bases de lo que Justine Triet, nuestra directora de la semana, ha ofrecido a posteriori en sus siguientes películas. Un manifiesto formal en cuanto a forma de entender lo cinematográfico que, con el tiempo, se ha acabado por convertir en un discurso no siempre del todo exitoso pero si perfectamente coherente y consecuente con las ideas preestablecidas de su directora. Por tanto, si bien no es perfecta, estamos ante un pieza a rescatar y destacar, ni que sea por lo que aporta en cuanto estudio de lo que supone un debut bien hecho en la traslación a la pantalla de las intenciones apriorísticas.