Hoy por hoy, si hay un logro imposible de alcanzar en España es el de sentarse a ver un telediario, leer un periódico o escuchar el parte de noticias radiofónico sin escuchar una sola información referente a la corrupción. Son tantos los imputados por casos de tráfico de influencias, sobornos, malversación de fondos, etc., que ni siquiera el más informado sabría enumerar todos los escándalos de este tipo que han saltado a la luz pública en este período de crisis económica. Tanto ladrón en las altas esferas y tanto pobre entre el populacho, hacen que los ciudadanos vean cada vez con peores ojos a políticos, empresarios y altos funcionarios, otrora garantes del Estado social en el que presuntamente vivimos.
Ante tal desfachatez, no es de extrañar que surjan iniciativas como la de Justi&Cia, película que supone el estreno en el largometraje de Ignacio Estaregui. En ella se narra, con un ligero toque de comedia, el intento de venganza de Justino, un antiguo minero leonés que vio a siete de sus compañeros morir en un accidente en la mina causado en parte por la decisión de un poderoso empresario que, sin embargo, acaba de ser absuelto por la Justicia. Es entonces cuando, con la ayuda de Ramón, Justino decide viajar desde León hasta La Línea de la Concepción, donde reside el mencionado empresario. Por el camino darán una lección a varios corruptos del país que les llevará a ser conocidos mediáticamente como los Justi&Cia.
Pese a que el inicio de la película posee una desmedida carga dramática, pronto nos damos cuenta de que la obra de Estaregui está lejos de considerarse como algo estacando en la seriedad y el formalismo. Las escenas clave de la película combinan el realismo con lo humorístico de una manera muy simpática para lo que en realidad nos están mostrando, aspecto en el cual se descubre la verdadera vocación cómica del film. Esto también se nota en otras licencias que se toma la película (mención especial a la “investigación policial”), pero en el fondo no sería tan extraño que apareciese en la vida real una pareja protagonista como la que nos enseña aquí la ficción.
Los actores que dan vida a la pareja son Hovik Keuchkerian, polifacético libanés de origen armenio (además de actor ha sido escritor, comediante… y boxeador, llegando a ser campeón nacional en pesos pesados) y el ya mítico Álex Angulo, en uno de sus últimos papeles tras su triste fallecimiento el pasado mes de julio. Precisamente éste es el que aporta la mayor dosis cómica a la obra, cosa que es de agradecer tanto por lo magníficamente bien que lo realiza como porque la película necesitaba algo así para no quedarse en un terreno demasiado dramático. Tampoco hay que despreciar la interpretación de Hovik, auténtico corazón del relato y que articula el sentimiento general del mismo, como justiciero y como alma rota por un pasado oscuro.
Lo que se nos ofrece en Justi&Cia no es más que un producto de entretenimiento que encubre una crítica social quizá algo fácil y liviana. ¿Supone tal cosa un problema? En absoluto, porque la película no ofrece más de lo que pretende dar. Sabe medir bien lo que cuenta, es honesta y no realiza experimentos que bien pudieran haber devenido en un obstáculo para su digestión. Sintetiza de forma algo disparatada un problema de la alta sociedad político-económica española que, por grosero, ya mucha gente opta por tomarse a cachondeo. Y la verdad es que al final todo concluye en una obra que deja buen sabor de boca, porque sabe hacer reír y reflexionar a partes iguales, como mandan los cánones del género en el que está enmarcada.