Kornél Mundruczó es uno de los cineastas húngaros más relevantes del panorama internacional. Apadrinado por el mismísimo Béla Tarr para su primer trabajo en Johanna (2005), sus siguientes filmes se han decantado por una lectura evidentemente política al tiempo que aunaba la mirada propia del cine de autor húngaro con elementos fantásticos más identificables con cierto cine comercial, como demostraba la interesante Feher isten (Dios Blanco, 2014), donde construía una película de animalitos que se comunicaban entre ellos como denuncia al racismo imperante en su país.
Y es que hace años que desde el país magiar la élite cinematográfica parece ser, al menos visto desde fuera, la última barrera contra las directrices políticas que asolan al estado gobernado por el infame Viktor Orbán (¿No me he posicionado lo suficiente con esta pequeña declaración?), que controla con una super mayoría absoluta la nación desde posiciones ultra conservadoras y machacando a las minorías (judíos y gitanos, principalmente), y desde hace poco, autoproclamándose el defensor de la Europa verdadera contra los inmigrantes que cruzan la frontera.
Así pues, Kornél Mundruczó es uno de tantos cineastas húngaros que, por ejemplo, cuando se les ve en Sarajevo más bien parece que asistimos a una reunión de exiliados políticos, ciudad donde precisamente Béla Tarr se ha retirado espiritual y cinematográficamente y cuyos temas nos hablan de la homofobia, el racismo o el machismo, creando la sensación de un país tenebroso (y esto dudo que sea cierto, ojo), aunque la inmensa mayoría de la población aplaude las medidas del gobierno, quedando como esa última barrera que comentaba antes el cine, o al menos el cine húngaro que viaja por los festivales.
En Jupiter’s Moon el cineasta sigue diseccionando en clave política a su país, construyendo un relato fantástico, la versión autoral y europea de una cinta de superhéroes americanos. Aryan es un joven refugiado que intenta cruzar la frontera húngara para huir de la guerra en la que se encuentra Siria. Como la policía húngara no se anda con tonterías en plan «refugees welcome», le pegan un tiro, pero Aryan no muere, sino que al contrario, tras el incidente comienza a levitar, literalmente, por los cielos. El problema surge cuando un doctor del campo de refugiados donde se «hospeda» nuestro protagonista aprovecha la oportunidad para utilizarlo como un curandero.
Con Jupiter’s Moon se entra totalmente en su planteamiento o te pasas las dos horas que dura el largometraje con cara de no entender nada y que te están tomando el pelo. Algo que ya pasaba con su anterior cinta, White God. Un cine radical, apoyado en una suerte de realismo mágico pero sin el humor de, por ejemplo, Emir Kusturica, que hacía más fácil la transición del mundo real a entender como plausible lo que acontecía en pantalla. Kornél Mundruczó mezcla la denuncia política con la pelis de superhéroes. O lo tomas o lo dejas. No hay posición intermedia.
No obstante, narrativamente el relato adolece de cierta simpleza, con personajes que no terminan por despegar, o por decirlo de otra manera, acaban siendo una representación con brocha gorda y se cae en el maniqueísmo. Sin embargo, es algo que ya encontrábamos en la mencionada White God, por lo que el director simplemente puede estar usando una premisa potente para detenerse en sus ideas e intenciones y dejando, conscientemente, más de lado la parte narrativa. Kornél Mundruczó da también muestras de progresión en cuanto al manejo de cámara y para la ocasión nos regala unos cuantos planos secuencias que simplemente son portentosos.
Con todo esto, su director ha creado un estilo que si bien es bastante identificable, ha acabado alejando a ciertos espectadores que van con la idea de ver una película europea y acaban enfadados por asistir, según ellos, a una especie de cinta yanki comercial, cuando las miradas y las reflexiones son totalmente opuestas. No puedo dejar de preguntarme si el cineasta de unas obras en esencia tan europeas y autorales (en el sentido más sencillo y maniqueo del término) como sus primeras obras, Johanna y Delta, ha decidido nutrirse de las herramientas más identificables del «enemigo americano» para atacarle precisamente con sus propias armas.
Yo solo puedo recomendarles que se dejen llevar por Jupiter’s Moon, que la vean sin ningún prejuicio previo ni ideas preconcebidas de antemano. Por momentos, su responsable construye escenas y momentos memorables donde se saborea y se degusta un tono magnífico. Pero luego vendrán las preguntas, porque con las últimas cintas de este tipo uno acaba con mil millones de preguntas y reflexionando si lo que ha visto es una obra maestra o una tomadura de pelo. Porque es legítimo preguntarse, por ejemplo, si la presente obra no peca de frívola sobre el tema de los refugiados o construye un relato demasiado maníqueo.
Pero ya aviso que precisamente por esto su cine se aleja de la americanada de la que está siendo acusada por más de un espectador, porque una película que te deja con 20 preguntas rondando por la cabeza sólo puede ser una obra interesante.