El director colombiano Juan José Lozano, conocido por sus animaciones y documentales sobre los conflictos político-militares de su país, se une al cortometrajista suizo Zoltán Horváth en esta reconstrucción animada de los últimos años de lucha y la muerte del número dos de las FARC, Raúl Reyes, a través de las cartas encontradas en su disco duro. Jungle rouge (Red Jungle en su título internacional), basada por tanto en textos y personajes reales, puede considerarse como una mezcla de ficción y realidad; no termina de ser estrictamente un documental ficcionado, sino que explora a través de su narrativa una interpretación personal de unos hechos conocidos y pertenecientes al archivo histórico de Colombia.
Y dicha interpretación imagina a Raúl como un personaje decadente y dogmático, que se aferra como puede a su fe en la estrategia del intercambio de presos en plena escalada internacional de la presión popular en contra de su organización y que fantasea con la permeación de su espíritu revolucionario. Lozano moldea a este personaje para contar la historia romántica y patética de un fracasado, a colación de la decadencia de las FARC tras décadas de estancamiento en su lucha y cada vez más acorralados por la disidencia mediática. El resultado puede resultar en exceso atrevido, tal vez no del todo acertado en términos biográficos, pero no es ése el propósito de Lozano, sino convertirlo en un símbolo de su momento histórico.
Dada esta premisa, Jungle rouge corría un riesgo bastante plausible de convertirse en una caricatura demasiado burlesca y deshumanizada. Y lo cierto es que, sin comprometer la contundencia de su mensaje, y aunque a mi gusto se pasa de rosca en las escenas finales dibujando a un Raúl ya plenamente desdibujado física y emocionalmente, la obra realiza un trabajo tanto de introspección como de énfasis positivo en las relaciones del día a día de sus personajes que permite entenderles, ser consciente de los motivos legítimos por los que luchan y comprender la fortaleza de su compromiso ideológico. Lloran a sus muertos, se indignan por las barbaridades de los militares y claman una justicia social en la que creen hasta las últimas consecuencias, y todo eso no es incompatible con mostrar sus métodos crueles y violentos y la futilidad de creerse guardianes de un pueblo que antes les apoyaba y ahora les ha dado las espaldas horrorizado.
El resultado es una película hecha desde la condena y la denuncia a un personaje que no pasará a la historia por sus grandes logros ni por lo aceptable de sus métodos, pero cuyo trasfondo recoge décadas de lucha frente a injusticias palpables en su país y que no han dejado de sacudir a su población desde entonces. Es un retrato complicado y convulso, como lo es la propia historia de las FARC. Como reflexión final sobre la guerrilla y su permeación ideológica en la sociedad es particularmente demoledora, porque asocia su desaparición gradual a la pérdida de legitimidad en la opinión colectiva de los ciudadanos colombianos, quedando en último término como profetas en el desierto predicando un mensaje que ya no moviliza.
La animación en esta cinta es en su mayor parte rotoscopiada y, pese a que no siento una especial afinidad por este recurso estilístico, lo cierto es que es bastante consistente con lo que quiere contar y proporciona un filtro como de dibujo acrílico que resalta con bastante más eficacia de la que es costumbre con esta técnica los gestos y las expresiones de sus personajes en un entorno en el que son especialmente importantes, pues reflejan la dureza de la vida en la selva y en cierto modo proporcionan una dimensión física muy palpable al ambiente cargado, permanentemente tenso y claustrofóbico en el que se manejan. Por otro lado, utiliza un estilo de animación más simple y colorido para reflejar los sueños y alucinaciones de su protagonista, permitiendo así adentrarse en otra dimensión narrativa como es la psique y los elementos disociados de la realidad de una forma muy eficaz. Me cuesta algo acostumbrarme a la presentación visual de la obra, en particular encontrarle una razón de ser a que las escenas “reales” se presenten rotoscopiadas —es bastante feo en particular cuando claramente se utilizan imágenes de archivo con el filtro puesto, y peor aún cuando aparecen piezas de texto, como titulares de periódicos— pero conforme va avanzando voy sintiendo cada vez más que es una propuesta estética no sólo legítima y respetable sino también funcional, en el sentido de que el acabado visual, las texturas y la paleta de colores que genera transmiten y amplifican muy bien lo que pretenden.
Sin duda, Jungle rouge es un acercamiento muy interesante a una parte muy controvertida de la historia reciente de su país, que sabe moverse a dos bandas y comprender las motivaciones de sus personajes sin justificarles, blanquearlos ni renunciar a su propia mirada crítica, que es desde luego muy contundente. Se podrá estar más o menos de acuerdo, se podrá tener una visión más o menos radical al respecto, pero la honestidad en la presentación y la invitación a reflexionar siempre son dignas de aplauso y en este caso, además, están refrendadas por unas decisiones estéticas adecuadas y eficaces; algo que, la verdad, a veces se echa de menos en la animación más documentalista y reivindicativa.