Julien Temple se ha convertido por derecho propio en uno de los cronistas de la contracultura musical británica. Autor durante los primeros años de su carrera de videoclips para bandas y artistas de la talla de Judas Priest, The Rolling Stones, Depeche Mode o David Bowie —que no sólo tiene un rol en esta Absolute Beginners (o Principiantes, para quien prefiera el título español), además participa con temas como el que da título al film o That’s Motivation—, el londinense daba sus primeros coletazos en el terreno del largometraje con la propuesta que nos ocupa, una de sus pocas ficciones —que tendrían su auge a finales de los 90, justo antes de rodar algunos de sus documentales más laureados, tales como La mugre y la furia o Joe Strummer: Vida y muerte de un cantante, quizá sus piezas más representativas como cineasta en el terreno que mejor ha dominado y con el que vuelve ahora a la gran pantalla gracias a Crock of Gold: Bebiendo con Shane McGowan—.
Para ello, Temple nos traslada al barrio londinense de Notting Hill para adaptar la novela homónima de Colin MacInnes, centrada en parte en los disturbios racistas que tendrían lugar a finales de los años 50. El componente social queda formulado así no tanto como modo de dotar un subtexto consecuente al film, sino como revestimiento de una mirada desde la que articular un retrato que en todo momento encuentra sus claves en la ficción más desaforada; de este modo, los mimbres derivados del relato raíz —unidos, claro está, a las puntadas que el propio Temple va dejando, revistiendo esa crónica de matices, si bien no profundos, cuanto menos sugerentes para comprender la realidad de aquella Gran Bretaña (desde la presencia de lo americano en las islas, al voraz consumismo imperante, representado incluso en los personajes centrales)—, no derivan en un formalismo o cromatismo que nos remita al cine social más académico; al contrario, la paleta de Temple —intensificada por el excelente trabajo fotográfico de Oliver Stapleton, un habitual del cine de Frears en la década de los 80 y principios de los 90— inunda la pantalla apuntalando esa vena musical que queda reforzada principalmente desde una fabulosa puesta en escena, virtud capital de un film tan capaz de transformar cualquier contexto en una suerte de ‹tableau vivant› que la cámara explora con una certeza fuera de toda duda. Es así como Principiantes consigue detonar su vocación musical a través de secuencias que ni siquiera necesitan explotar el potencial de sus piezas desde un punto de vista narrativo.
Con toda probabilidad en su debe quede precisamente la cohesión de esa narrativa que por momentos se resiente dentro del caos provocado ya no por Temple, sino por un relato cuyas aristas parecen, a ratos, dispuestas a fagocitarlo todo. No obstante, Principiantes se destapa como una ‹rara avis› que, pese a sus marcadas imperfecciones, se descubre como una muestra tan valiosa y descompensada como bizarra de un musical cuya clave social no sólo no atenaza sus atributos, sino que además en ningún momento parece desprenderse de su alegato; o en otras palabras, Principiantes logra que lo expuesto no quede en mera frivolidad por más que el libro de estilo del cineasta británico apunte en direcciones que se antojan divergentes para con esa pátina que no deja de revestir ese retrato realizado por Temple, cuya condición de homenaje, casi como si fuera hijo de una época, termina por ser en parte esencial para asentar un tono desde el que incluso una coreografía en mitad de los disturbios no parece ni mucho menos una aberración. Es, pues, la personalidad y el carácter del cine del autor de Joe Strummer, aquel capaz de consolidar una propuesta que, por más que se pueda considerar fallida explorando ciertos ámbitos —y es que la poca cohesión que logra Principiantes en ocasiones como relato conjuntado y coral (algo que, por cierto, sí destila desde su tratamiento visual) pesa lo suyo—, no deja de tener una valía por la que merece la pena acercarse a un registro de Temple que, desafortunadamente, no terminaría desarrollando en pos de un ámbito, el documental, en el que volcar esa devoción que el realizador parece ostentar por un rincón de la historia que siempre merecerá la pena explorar en base a sus connotaciones.
Larga vida a la nueva carne.