Julie Delpy, aquella actriz que en su juventud participó en cintas de gente como Godard, Leos Carax o Kieslowski y cuyo salto definitivo a cierta consideración como musa del cine independiente llegó con Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995), papel que retomó 9 años más tarde en su continuación, también trabajando en el libreto junto con su compañero de reparto Ethan Hawke, nos sorprendió a todos con su cambio de rol en el 2007, dirigiendo su primera cinta, Dos días en París.
Lo cierto es que ella misma declaró que su propuesta era, entre otras cosas, una manera de conseguir financiación para proyectos más personales, arriesgados y sobre todo, caros. Hablamos de su segundo trabajo tras las cámaras, La condesa (The Countess, 2009). Delpy, conocida especialmente por su papel de Celine en la mentada trilogía de Linklater cuya tercera parte está presente ahora mismo en el festival de Berlín, siempre mantuvo hacía el público un aire a personaje femenino de Woody Allen, signifique lo que signifique esta etiqueta.
No es de extrañar entonces, que tras algún corto y después de probar su soltura con el guión en la segunda parte de la trilogía que la unió en la pantalla a Hawke (también partícipe en dicha escritura), su opera prima fuese descrita por muchos como una mezcla entre Antes del amanecer desde un prisma con cierto sabor a Allen.
En 2 días en París tenemos a Marion y Jack (Adam Goldberg y la propia Delpy, quien dirige, escribe, protagoniza e incluso compone la banda sonora) que deciden visitar la ciudad del amor durante un breve periodo de tiempo para inflar de romanticismo una relación que peligra herida de cotidianidad y aburrimiento. Lo que debería ser un apasionante fin de semana lleno de amor y sexo desenfrenado se convierte en un divertido retrato generacional donde la relación de pareja es puesta al límite gracias en todas las situaciones y personajes que pueblan el relato. Así, tenemos a la particular familia de Marion dispuesta a humillar, seducir y reírse del americano que su hija trae como novio. Afortunadamente y a diferencia de la segunda parte, que transcurre en Nueva York, estos alocados personajes no ocupan todo el metraje y están esparcidos en pequeñas escenas durante toda la obra.
El choque cultural entre países está servido desde el cliché, pero hay que concederle que está muy bien llevado y que en última instancia y esto es la salvación de la cinta, se realiza de manera autoconsciente; Delpy acaba riéndose más de dicho tópico que otra cosa. Tampoco olvidamos todos los personajes secundarios que aparecen en escena, desde antiguos novios celosos, hermanas ninfómanas hasta un maravilloso cameo protagonizado por Daniel Brühl.
Con diálogos ágiles y pretendidamente frescos, lo que no siempre logra, y apoyados en unos personajes perfilados de manera harto simple pero aún así de manera muy efectiva, la comedia fluye constantemente por la obra mientras la relación entre los protagonistas toca fondo de manera callada.
Lo que sucede es que personajes y situaciones acaban por sacar los peores temores de Marion y Jack, hasta el punto de plantearse, no tanto si todavía se quieren, sino más bien si dicha relación tiene un futuro a largo plazo, y si no es así, ¿por qué seguir?
Desde la dirección se acierta al otorgarle más tiempo al personaje de Adam Goldberg, el foráneo que llega a una tierra hostil donde todos parecen conspirar contra él. Atacado constantemente, será quien tenga un mínimo de espacio para la reflexión en la cinta.
Al jugar con los tópicos, la directora decide mostrarnos una capital francesa alejada de las postales turísticas. Esto está mejor resuelto que en la segunda parte, donde se pasa demasiado tiempo en interiores, dando la sensación de que podría ser cualquier otro lugar del mundo. Pero aquí se respira cierto espíritu parisino y se aprovecha para subrayar, ahora sí, ciertos tópicos entre los parisinos y personajes que vamos conociendo de manera pasajera.
La cinta tuvo un éxito moderado, permitiendo a su directora continuar su carrera. Lo cierto es que fue acogida de manera desigual. Muchos vieron una obra vacía pero con ínfulas de profunda, con un humor basado en el cliché de siempre. Para mi resultaba una comedia donde siendo el humor es más importante que la idea que se deja entre ver, ésta estaba visible sin ningún tipo de pretensión por parte de la realizadora. En suma, una obra sencilla y efectiva con buenos toques de humor gracias a sus diálogos y personajes. y joder, de eso no andamos sobrados últimamente.
Pero bueno, vale, lo admito. Me habéis pillado. Yo soy un poco (pero sólo un poquito) fan boy del tres al cuarto de Julie Delpy.