Hablamos a menudo de honestidad en el cine, de valorar que un director no de gato por liebre, que sea diáfano a la hora de usar su cámara como lo que es, una correa de transmisión entre lo que nos quiere narrar y la recepción que el público tendrá de ello. Por ello cabe decir que Elena Martín, en esta su ópera prima, es absolutamente transparente en sus propósitos, en la idea que tiene de lo que debe ser una película. Lamentablemente en el caso que nos ocupa esto no es un valor, es la confirmación a los temores previos al respecto de lo que íbamos a contemplar.
Júlia ist no deja de ser otra historia más sobre la falta de ubicación, sobre la búsqueda de identidad juvenil, un ‹coming of age› donde se pueden rastrear múltiples referencias cinéfilas y argumentales que pretenden transmitir ese ‹angst› postadolescente que supone el no encontrar tú lugar en el mundo tanto en el contexto geográfico como en lo personal e íntimo. Sí, no estamos ante una explosión de originalidad, cierto, pero eso no es en absoluto el mayor problema del film en absoluto, el tema está más en el cómo que en el qué.
Y es que de un hecho común como la desorientación a una cierta edad Júlia ist pretende darle un valor solemne, de trascendencia absoluta, casi como si fuera la historia de una experiencia única jamás sentida por nadie, nunca. Elena Martín centra pues su foco en el personaje de Júlia (interpretada por ella misma) de forma extenuante, continua haciendo recaer todo el peso de la acción sobre ella. Sin embargo hay algo de egocentrismo en ello al no tratarse de una mirada a un personaje y sus relaciones, sino de tratar de hacernos creer que todo pivota a su alrededor, que ciudades, parejas, amistades y sensaciones existen por y para ella. Una película pues que casi parece hacer de Júlia una víctima de sus vicisitudes, como si no fuera parte activa de ellas y que obvia cualquier visión autocrítica de la experiencia.
Por si fuera poco el periplo vital de la protagonista esta repleto de inconsistencias, de incoherencias en sus actos y carácter. Por un lado se nos quiere mostrar como alguien resolutiva, reflexiva y madura para luego mostrar acciones que contradicen continuamente esta imagen. Sí, podemos entender que alguien de la edad reflejada muestre inconstancias, lo que no es de recibo es que nada en sus acciones y palabras pueda seguir una línea argumentativa mínimamente continua, clara y consecuente.
Lo peor sin duda de la película es, sin embargo, querer hacer pasar la experiencia narrada como verdad absoluta generacional, como si no hubieran otros mundos, otras maneras de vivir los acontecimientos, a parte de los de la protagonista. Quizás el resumen perfecto del film se centraría en dos imágenes, por un lado la continua cara inexpresiva y lánguida de Júlia, más próxima a la rebequería de una niña consentida que a la de una exploradora en busca de su futuro. Por otro la de uno de sus amigos sonriendo bobamente con disfraz de unicornio en la cabeza. Sí, aburrimiento pretencioso y arco iris de colores. Y luego pretenden hablar de madurez. Un poquito de por favor.