El interés de Julia Ducournau por el cuerpo y sus mutaciones/agresiones es genuino y viene de lejos, como puede apreciarse en Junior, su primera realización tras las cámaras, donde supone el motor central de un extravagante relato que ilustra el problemático tránsito a la adolescencia de una niña en plena revolución hormonal, con un ojo puesto en Cronenberg y otro en el Solondz de Bienvenidos a la casa de muñecas (o en cualquier historia sobre diferencia y otredad que haya abordado el cine desde Todd Browning a Tim Burton o Guillermo del Toro). Lo de Cronenberg debió de ser amor a primera vista: los ecos de su cine se escuchaban también en la irregular Crudo y no son pocos los críticos que citan Crash para hablar de la recién estrenada Titane. Más allá del peso de esta y otras influencias, lo que tenemos en Junior es una atinada exploración de esa etapa vital marcada por el despertar sexual abordada en clave fantástica, como hizo recientemente Lisa Brühlmann en Blue My Mind, otro ‹coming of age› de tintes monstruosos que, sin entrar de lleno en el campo del cine de terror (como tampoco hace Junior), sí se dejaba mecer por imágenes y emociones que rozaban lo pesadillesco.
En este sentido, uno de los valores principales del cortometraje de Ducournau está en la habilidad de su directora para dar a luz imágenes grotescas e inquietantes, en las que el cuerpo humano se convierte en campo de batalla y sufre alteraciones de toda índole: desgarros, putrefacciones, filtraciones y fugas de fluidos viscosos… Aquí, el habitualmente difícil abandono de la niñez adopta una forma decididamente traumática y violenta, aunque sin dejar nunca de lado el tono liviano, bienhumorado y hasta optimista que rige toda la narración. A diferencia de Crudo, cuya basculación entre géneros podía chirriar y desconcertar a ratos, en Junior, Ducournau marca ya desde los títulos de crédito una postura abiertamente optimista e irónica, y no la abandona en ningún momento, pese a que algún episodio puntual (los primeros síntomas del cambio que experimenta la protagonista) pueda resultar inquietante y rozar el cine de terror. Por mucho que mute el cuerpo, la metamorfosis no deja de ser bienvenida y esencialmente física, haciendo que la joven que la sufre salga con la confianza reforzada y el apetito sexual encendido. Es decir, siendo fábula fantástica con imágenes puntuales de una crudeza que puede dar grima, Junior se siente en todo momento narración feliz y ligera, y eso servidor lo agradece.
En contrapartida, puede que la película se quede un poco corta en su alcance, limitándose a usar el fantástico para ilustrar la forma en que nuestro físico y nuestra personalidad cambian a partir de cierta edad, pero sin entrar de lleno en claroscuros del cuerpo y la mente que sí intentará explorar más adelante (aunque no siempre con éxito) en la celebrada Crudo, una película con muchos elementos perturbadores sobre el papel, pero no siempre capacitada para perturbar sobre la pantalla. Un posible referente lo tenemos en Dans ma peau, el inquietante debut de Marina de Van, que posee lo que quizás por falta de tiempo, más que de voluntad (hablamos a fin de cuentas de un cortometraje) no posee (o sólo en muy pequeñas dosis) Junior: misterio. Si allí la obsesión por un cuerpo propio que empezaba a sentirse como ente ajeno y amenazante conducía a la alienación y a la violencia (también autoinfligida), en Junior este velo de oscuridad y de incómodo autodescubrimiento nunca llega a rasgarse. En contrapartida, tenemos una ‹teen movie› fresca (ojo a un reparto muy bien seleccionado, con Garance Marillier a la cabeza) que se adentra en terrores corporales sin dejar de lado cierto tono cómico y un ánimo metafórico no por evidente menos efectivo. El resultado: una miniatura que cumple perfectamente su función, esto es, contar una historia sencilla y atrapante al tiempo que pone en el mapa a una autora de valor con unas fijaciones temáticas y estéticas ya perfectamente definidas y hasta intransferibles, a tenor de sus trabajos posteriores.