Nunca fue tan rentable ser un auténtico perdedor. Algunos recordarán la maravillosa pareja, como resultado de un encuentro fantasmagórico y mucho parloteo en Los huéspedes, que formaban Sara Paxton y Pat Healey. Bien, en esta ocasión la adorabilidad queda relegada a un ínfimo plano para desmembrar la inteligencia del vidente. Han superado sus propias expectativas.
Nos encontramos a un tipo, Craig, que despierta una mañana en al acogedor seno de su hogar con su preciosa esposa y su aún inocente hijo con pocos meses de vida. Pero todos los días se debe abrir la puerta para salir a la cruda realidad y respirar una bocanada de desprecio humano. En realidad el tipo es un hombre con un mal empleo, acuciado por las deudas, con un aspecto apocado que esconde sus miserias diarias tras unas gafas, sonríe por fuera y llora por dentro. Lo que define a cualquier persona normal en su día a día: uno más.
¿Y qué se puede hacer con un tipo normal en una película? Se le pueden poner pequeños premios a mano y solucionar su vida hasta convertirla en idílica, o se puede poner la zancadilla frente a un charco lleno de barro para que no levante cabeza. Parece que la segunda opción es la elegida por director (E.L. Katz en pleno debut) y guionistas (Trent Haaga y David Chirchirillo) en esta película al ver a Craig perder su trabajo. Pero hilar fino es una cualidad excelsa y aquí se tira de la madeja, sí, pero para poco a poco llevárselo todo por delante.
La simple tristeza de un tipo normal que perdió su trabajo y se fue a un bar a atragantar sus penas con alcohol se torna en una sucesión de pequeñas y deliciosas casualidades (amo las casualidades sin excepción) que convierte al solitario en un grupo de personajes dispares que succionan la esencia de cada cual. Aquí todos participan por igual para posicionar el instinto más primitivo.
Porque no está bien dejar al deprimido beber solo, es mejor provocar que aparezca un viejo amigo y una extraña pareja con la que beber y pasar el rato. Se podría escribir un tratado sobre la inerte y aún así persistente presencia de Sara Paxton, postrada tras el visor de la cámara de su móvil con mirada apaciguada y postura elegante, un elemento físico que serviría como prueba de que todo aquello ocurrió, en ese orden exacto, ya que al día siguiente sería imposible creerlo, claro.
Aquí está el juego: lo imposible. Cualquier persona tiene un límite conocido, pero Cheap Thrills demuestra con creces que ese límite es dúctil y por tanto maleable a la temperatura exacta, con unas tolerancias amplias que impiden que, aunque lo parezca, todo vaya a quebrarse en miles de pedazos.
Lo cierto es que te vienen a la mente muchas películas que han puesto precio a la dignidad de sus protagonistas pero en esta ocasión con el oscurísimo humor establecido se pone de manifiesto una evolutiva voluntad hacia el desprecio propio en consonancia con el color y tamaño de los billetes esparcidos en la mesa.
El «free style» nos lleva a incurrir en la miserable necesidad que se acompaña de una sensación de un todo perdido que llega a una posición en la que olvidamos sentirnos identificados con alguno de los presentes. Será por las variables que representan los cuatro protagonistas, antagonistas entre ellos pero necesarios para la comparativa final cuando la cara de póker se transforma en una mueca de consternación sonriente.
El problema se muestra ante la implicación final, pues sólo hay títeres con hilos enredados que no se van a separar fácilmente, lo que demuestra una habilidad magnífica para evolucionar personajes, porque el tipo solitario tenía que decidir si levantarse y limpiar de su cara el barro o revolcarse en él cual cochinillo en charca. El factor experto siempre es determinante, porque si se pone a llover en el momento de tomar la decisión, parece que todo va a quedar más claro.
Cuando todo está permitido se pierden las etiquetas necesarias para relacionarse con otras personas. Cuando todo va a pertenecer al olvido al día siguiente… no, Cheap Thrills no la vamos a olvidar fácilmente. Tiene ese punto final que hace desaparecer la indiferencia para siempre.