Joven y bonita (Jeune et Jolie) de François Ozon, llega después de su laureada obra En la casa (Dans la maison), con la que ganó la Concha de Oro y el Premio del Jurado en el festival de San Sebastián. Ozon, prolífero cineasta, inclasificable y poco constante en sus resultados, focaliza nuevamente su atención en la diversidad natural de las orientaciones sexuales. Como ya lo había hecho antes en El tiempo que queda (Le temps qui reste) vuelve a tocar un tema que levanta ampollas, aunque ahora lo hace en una ejecución mucho menos arriesgada en el contenido, si bien más certera y refinada en la forma.
Ozon, en este filme, hace un ejercicio más visual que narrativo, más estético que reflexivo y lo hace siguiendo una de sus máximas, la de mostrar sin juzgar al ser humano.
En esta ocasión ha escogido como protagonista a la bella Marina Match, hierática e hipnótica actriz, que interpreta a Isabelle, una joven ‹belle de Jour› de 17 años, imbuída del influjo hormonal omnipresente a esa edad que se inicia en el mundo de la prostitución de “lujo”. Su interpretación, contenida y electrizante, finalmente se queda en una versión descafeinada y mucho menos subversiva que la de Severine, personaje interpretado por Catherine Deneuve en el Belle de Jour de Buñuel.
La película se divide en cuatro actos, cuatro estaciones, comenzando con el verano y finalizando con la primavera, introducidas con sendas canciones de la cantante francesa Françoise Ardy, a través de los cuales el personaje va mudando su piel. En ellos se esboza el descubrimiento, el deseo, la ruptura y la redención del afloramiento sexual de Isabelle en un recorrido por distintas miradas que, en un ‹feedback› con el espectador, por momentos inquieta, por momentos perturba, en otros incomoda. Eso sí, aderezado con toques de humor, con el objeto de relajar tensiones.
El porqué no se subraya ni se explica, sólo se introduce de un modo un tanto impostado a través de un poema de Rimbaud (con diecisiete años, no puedes ser formal). Isabelle es adolescente, se prostituye en un acto de rebeldía, de ruptura con los convecionalismos anquilosados de la sociedad burguesa parisina y de las numerosas familias disfuncionales que la componen aquejadas de las mismas perversiones y secretos que la sombra del “delito” que sobre ella se cierne. Por ello, Isabelle, en un modo más o menos consciente y como producto de su época decide, voluntariamente, no seguir la senda socialmente establecida del aprendizaje sexual, sino transgredir, coquetear con lo prohibido y la curiosidad que ello suscita. Recorre así su propio camino, más abrupto quizá, pero, prejuicios a parte, igual de legítimo.
Técnicamente, sus planos sosegados, elegantes y cargados de erotismo, recuerdan a Belleza robada (Lo ballo da sola) de Bertolucci. Estructuralmente no busca abrir nuevos caminos como hizo Soderbergh en The Girlfriend Experience al componer su filme como un collage experimental. En cuanto al contenido como ya comenté al principio, tampoco arriesga, en una intencionada contención a la hora de abordar el tema que le otorga a la cinta un aire solemnemente hueco.
Finalmente, haciendo un análisis del conjunto, sólo puedo decir que me ha quedado una sensación similar al ‹coitus interruptus›, en lo que apuntaba ser el film más redondo de Ozon, pero vayan a verla y juzguen ustedes mismos.