La pasión de Carlos Saura hacia la música ha sido una constante a lo largo de su carrera cinematográfica. Ya sea homenajeándola en algunos de sus obras de ficción —los tambores de Calanda en Peppermint Frappé (España, 1967) o la canción política en ¡Ay, Carmela! (España, 1990)— o tratándola y estudiándola de manera directa en forma de documental, la música es un elemento que Saura nunca deja pasar por alto. Jota, de Saura (España, 2016), su última película, aborda esta tradición musical con unas intenciones que buscan tanto el conocimiento como el disfrute del espectador. Después de documentales como Sevillanas (España, 1991), Flamenco (España, 1995) o la más reciente Zonda: Folclore argentino (Argentina, 2015), el cineasta español dirige la mirada de este recorrido por diversas músicas populares hacia la jota, manifestación arraigada en Aragón, tierra de la que él es oriundo.
La manera en la que Saura compone esta obra es mediante una sucesión continuada y prácticamente sin parones explicativos (tan solo el de la explicación de una profesora a sus alumnos sobre la evolución del baile) de representaciones de diversas jotas en diferentes regiones, mostrando así su variación y la fusión a la que le ha llevado el paso del tiempo. El espectador asistirá, por lo tanto, a una ruta que va desde la jota mudéjar hasta la jota gallega, pasando por otras muchas zonas geográficas. Dichas representaciones tendrán como partícipes tanto a profesionales de la danza como a figuras de gran visibilidad entre los que destacan Carlos Núñez o Ara Malikian. Uno de los aspectos más destacados y emotivos de la película es el homenaje que el director hace a José Antonio Labordeta, escenificando la canción Rosa-Rosae en una clase de niños en plena dictadura.
Esta colección de bailes y canciones no tiene como objetivo llamar simplemente la atención sobre las cualidades artísticas de la comunidad en la que Saura nació, sino que la importancia de su sucesión está orientada a ser testimonio del desarrollo y la amplitud que puede llegar a tener una forma de danza y de hacer música que, pese a nacer en un punto concreto de la geografía, es capaz de expandirse y adquirir variaciones sin que se pierda la esencia de su origen. La escenografía que las ambienta es impecable, logrando una síntesis entre lo moderno y lo tradicional. Las coreografías, sobre las que Saura presenta al espectador su propio origen llevándole al principio del film a una clase en la que se enseña a unos niños los pases más básicos del baile, son llevadas a cabo con maestría por Miguel Ángel Bernal. Todos ellos son elementos que, sumados a una fotografía muy lograda y a un ritmo de hierro, dan lugar a una obra que comienza con fuerza pero termina irradiando un poder absoluto.
Carlos Saura vuelve, por lo tanto, no solo a enseñarnos la pluralidad de bailes populares que existen en nuestro país, sino más bien a mostrarnos que detrás de un gesto o un acorde hay toda una historia. Jota, de Saura es un documental que derrumbará (así como hizo, entre otros, con el flamenco), la imagen típica que se tiene de la jota para decirnos que es una forma de expresión cuya complejidad no solo le viene de serie, sino que no para de aumentar con el paso de los años. El intelecto y la sensibilidad de un maestro de la talla de Saura vuelven a hacerse evidentes con esta película que no solo enseña, sino que también produce una experiencia estética que posiblemente muchos no habíamos sentido hasta el momento.