Siempre he visto a José Luis Cuerda como una especie de Papá Noel albaceteño. Serán las gafas, la barba blanca y la fantasía que emiten sus palabras cada vez que le oigo hablar —aunque sea en ondas hertzianas—, una ilusión infantil aventajada por saber con certeza que Cuerda sí existe, y que se expresa tal como describe su humor.
El mismo José Luis Cuerda llama a sus ocurrencias humorísticas «ideas peregrinas», algo que ha practicado como cineasta, productor y literato desde que vio la luz su primer trabajo para la gran pantalla a principios de los ochenta, la comedia Pares y nones. Aunque se le pueden reconocer grandes títulos dentro del drama, como la maravillosa La lengua de las mariposas, adaptación de un relato del gallego Manuel Rivas que arrancó incontables lágrimas solo con gritar «espiritrompa» o la más cercana Los girasoles ciegos, siempre se le recuerda como el artífice de la trilogía del absurdo, esa que llamó «trilogía sur-ruralista» que comienza con la película para televisión Total, dio el gran bombazo conocido por todos como Amanece que no es poco y cierra con Así en el cielo como en la tierra.
Los nostálgicos de tan magnas obras pueden volver al cine a reencontrarse con Cuerda porque en 2015 publicó la novela Tiempo después siguiendo los avances de los posibles finales rurales de lo conocido que ha ido creando a lo largo de la historia, y ante la insistencia de unos cuantos amigos del humor que estaban dispuestos a poner el acabose a sus pies, se ha convertido por fin en película. Así que no queda otra que recordar el germen de todo esto, esa comedia televisiva que no estaba muy convencido de rodar, hasta que tuvo carta blanca para hacerlo a su gusto.
Total nos cuenta el fin del mundo (tres días después) en un Londres de prados, casas de piedra y ovejas. Es 2598 y un Agustín González con ese reconocible cabeceo, alargando la última sílaba de las palabras, está dispuesto a contarnos cómo ha acontecido todo ese desbarajuste. Es el inicio de un viaje —corto pero intenso— donde mezclar el gag, la paparrucha y la comedieta que solo va a resultar accesible para los fans de las absurdeces varias.
Como si de un mockumentary se tratara, la vida se sucede por sus calles en un ambiente costumbrista en el que cada hecho es más chocante que el anterior. El narrador anticipa, pero también participa en escena en una película completamente coral en la que no hay nombre que no destaque (y no se eche de menos en la comedia actual). El siempre cuidado juego dialéctico de Cuerda florece de sus personajes como si en una obra de teatro de cultivado rango nos encontráramos, aunque el mensaje altivo sirva para el acto furtivo, es decir: chanza para todos. Aquí se trabaja sobre terreno religioso con matices, pues las plagas son más propias de vacas colegialas que de lluvia de langostas; se tratan temas como las apariciones, los resucitados y las beatificaciones pero en el rango más bajo y torcido posible. También tiene ese punto violento que ahora no se quiere traspasar, usando con la misma gracia el insulto que el francés, el ahogamiento que el barrazo de pan. Asímismo, utiliza el recurso de la repetición: si en la primera te hizo gracia, la segunda vez ya te caerá la lagrimilla por la risa floja.
El mejor poso que puede dejar Total es sin duda Luis Ciges, su presencia siempre fue regalo en cualquier película, pero su paso por las cintas de José Luis Cuerda derivaron en la muestra ideal del personaje tipo de esta trilogía, poniendo a prueba la naturaleza del humor desde lo más cotidiano hasta lo más irracional, pasando por el chorizo, el jamón y los amaneceres de un nuevo día.
Total fue la que abrió las puertas para las grandes críticas sociales de Cuerda, luego se atrevió con la serie Amanece que no es poco que nunca llegó a ser una realidad y que (por suerte) sirvió para crear la película homónima unos años después, siguiendo algunos de los ‹sketchs› que preparó para esta apertura de trilogía. Sabiendo que es un producto televisivo y que apenas dura una hora, aunque Amance que no es poco es el gran hit, sin duda Total es el epicentro de todo lo que se creó posteriormente, una diversión artesana, de piedra gorda, con una intencionalidad mucho más inteligente de lo que pueda parecer a simple vista, y aunque parezca todo lo contrario, no hay forma de que pegue el estirón como le pasaba a Manuel Alexandre y envejezca de golpe, mientras sepamos contactar con las raíces de la risa mejor que con los extraterrestres.