Las adaptaciones a imagen real de los manga japoneses suponen un curioso ejercicio a la hora de descubrir las connotaciones fantásticas de algunas cinematografías asiáticas. Cuando el cineasta en cuestión es Takashi Miike, el interés sufre un repunte obligado, al tratarse del director con constantes inmersiones en el cine de género, campo de acción en el que procrear su ya reconocible anarquía por lo visual. En este nuevo proyecto, de título estrambótico y rodado en su mayoría en la mismísima localidad de Sitges, se inicia bajo el prisma de un veterano policía, quien ejecuta a un hombre que parece haber adquirido extrañas habilidades, para luego meternos en la vida de un adolescente mudado recientemente a una tranquila zona de Japón y donde extraños asesinatos pronto entorpecerán su tranquila adolescencia. De entre los personajes que se irán introduciendo tendremos a Jojo, un joven que convoca a una serie de presencias llamadas “Stand”, al mismo tiempo que la aparición de un elemento antagonista le confiere el oficio del protector al personaje principal; se erige así la presentación de gran parte de la iconografía de su material original del que aquí se aborda uno de sus arcos argumentales, en unos seriales de publicación que pasan ya la treintena de años.
Miike, ya experto en la traslación a la pantalla de algunos manga, se nutre aquí de unas claras pretensiones hacia la exposición, dejando en evidencia las estridencias de la historia original como gran ejercicio de presentación de la misma; así, y sin dejar respiro, desde el primer momento la cinta va desgranando los particularidades del guión de Itaru Era; la estética utilizada es versátil, fiel a la variedad de tonalidades que parecen presentarse: el revestimiento adolescente, las texturas del thriller policíaco o la fantasía exacerbada, que muestran las querencias de la propia película de convertir su universo ficticio tan digno para los neófitos de la materia como para los más experimentados admiradores de esta iconografía tan propia del hálito más visualmente subversivo de la obra original.
La historia aborda conceptos interesantes en su trasfondo, como el choque del mundo adolescente contra una trama malvada donde el fantástico está presente en maneras toscas y extremadas, tan propias del cineasta, junto al precepto principal del protagonista Jojo en una especie de viaje de descubrimiento de su propia idiosincrasia; aunque estos conceptos abracen unas ideas innatas de la propia película, las filias creativas de Miike acaban llevando su obra (especialmente en el segmento tan dado a la locura en su filmografía como el tercio final), en cierto viraje hacia la estridencia visual y el caos narrativo, llegando a un límite donde la parafernalia acaba por apoderarse de la propia historia. Entendiendo la propia trama como un viaje cuasi iniciático a un mundo de excelso contenido hacia el colorismo, la exposición exacerbada del efecto visual (por suerte, con dignos resultados), claramente manifestado en las llamadas “batallas Stand”, que se sumirán como los momentos álgidos de quien conozca en profundidad todo el paradigma de ideas del material de partida. A este respecto, y aunque se eche de menos la épica retumbante tan autóctona de Miike, las secuencias funcionan como un divertimento ingenuo, sin reparo alguno por el compromiso escénico, que posiblemente moleste a los menos puristas en la materia.
En cuanto al drama, esquemas inseparables de gran parte de la ficción oriental hacia el fantástico, el peso recae mayormente más en los antagonistas que en aquellos personajes para los que Miike se tomó cierto tiempo en presentar, algo que pesará en su último acto y más aún en el protagonista que da título a la película, del que poco más claro nos queda a parte del hecho de que odia que insulten su peinado. Aún así, y siendo algo que no sorprenderá a los más fieles seguidores de Miike, esta Jojo’s Bizarre Adventure: Diamond is Unbreakable se salva mayoritariamente por sus formas y el tosco compromiso al ‹fantastique› más alocado, palpándose además el esfuerzo por adaptarse a las narrativas visuales occidentales, sin obviar la locura intrínseca de este tipo de productos.