John Crowley… a examen (II)

Con uno de los inicios más sorprendentes y potentes que recuerdo haber visto en tiempo, Intermission es la coral historia de unos jóvenes que aparentemente viven en una de las zonas menos agradables de Dublín e intentan salir adelante entre rupturas amorosas, jefes déspotas y trabajos aburridos que los conectarán entre sí a lo largo de 100 minutos de imprevisible metraje en los que te preguntarás cómo el director (John Crowley) y su guionista (Mark O’Rowe) lo conseguirán hacer sin dejar ningún agujero en el camino.

Una auténtica cápsula del tiempo en la que cada trama está vagamente conectada mientras se van generando estallidos repentinos de violencia. Pero también una comedia romántica de gañanes y comedia negra buenrollera. No en vano, me ha recordado bastante a la posterior Malviviendo (2008), como una suerte de versión irlandesa de unos singulares personajes callejeros que tiene como casi único defecto que yo no la viera en su momento, cuando se estrenó en el año 2003 (o por aquellas fechas), aunque ahora sirva para preguntarme en qué películas y series he estado viendo a casi todos sus actores. Porque Intermission fue, según he leído, tan popular como casi generacional en su momento, y sin embargo es, en el fondo, una más de las muchas obras audiovisuales sobre historias cruzadas que surgieron entre mediados de los 90 y buena parte de los 2000. Y claro que no es Pulp Fiction (1994), ni Snatch. Cerdos y diamantes (2000) ni tampoco Trainspotting (1996), pero su reparto de lujo (Colin Farrell, Cillian Murphy, Kelly Macdonald, Shirley Henderson, Brian F. O’Byrne, Michael McElhatton o Colm Meaney entre ellos) y sus buenas intenciones la hacen como mínimo muy carismática y bastante socarrona, lo cual no me parece poca cosa.

Tanto en espíritu como en ritmo recuerda a alguno de los títulos mencionados, entremezclando diálogos con pretensiones profundas con otros claramente absurdos, pero Intermission cuenta con un extra entrañable y cómico diferenciador: la vitalidad y la energía de los irlandeses más tópicos en los que pudiéramos pensar y unos personajes con “algo” que los hace apreciables, a la vez que dan un poco de vergüenza ajena como inadaptados socialmente. De esta forma, John Crowley no solo nos obliga a mantener constantemente la atención mientras cada diálogo esconde un ‹one-liner› que a determinada edad habría sido repetido con asiduidad entre colegas; también es tan absurda que, a pesar de todas las patas que la hacen cojear, la mesa se mantiene casi siempre estable hasta el final, gozando de una frescura que dura hasta hoy. Una película que es, en definitiva, mucho más la suma de sus partes que al revés, y de la que seguramente guardaré mejor recuerdo con el paso del tiempo.

Habiendo pasado más de 20 años desde que se rodara, casi todos los peros vienen del papel que se les da a las protagonistas femeninas, como mera excusa para que el resto de las historias puedan seguir avanzando entremezcladas (pues en el caso de los masculinos damos por hecho que estamos ante idiotas destinados a tomar constantemente las peores decisiones posibles mientras temen que les llamen mariquitas). Quizás por eso sorprende todavía más el cambio de registro que supuso Boy A (2007) en la carrera del director irlandés o cómo ha terminado dirigiendo Vivir el momento (2024) en la actualidad.

En realidad hay tanta gente exitosa aquí que también podría hablar de la trayectoria del resto del reparto, aunque me voy a detener únicamente en Colin Farrell, no tanto por la evolución de su carrera como por el hecho de que sea quien canta al final de la película una versión del I Fought the Law que a su vez versionaron The Clash de la versión que hicieron The Bobby Fuller Four de la original de The Crickets.

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