Verano en la ciudad. Una adolescente, Rita (Julia Palha), pasa los días intentando superar el aburrimiento de una urbe desierta y sin estímulos. El tiempo transcurre sin que ningún gran acontecimiento suceda salvo entretenerse en el centro cultural, quedar con su amiga Sara (Clara Riedenstein) o tomar el sol en el balcón simulando que es la playa. La cámara muestra a la joven en los mismos lugares, caminando libre de preocupaciones, en planos abiertos y fijos, reiterativos. De repente aparece un nuevo vecino que suscita un interés inesperado en ella. ¿Quién es? ¿a qué se dedica? ¿tiene pareja? João Nicolau establece primero la rutina del vacío de las vacaciones en época estival en John From (2015) para luego introducir poco a poco elementos que acaban por desbordar el relato con su extraño humor y recursos de un realismo mágico que invade la narración hasta trascenderla por completo. Todo ello para desarrollar un discurso sobre la búsqueda de identidad y el paso a la adultez usando como referencia simbólica un culto religioso proveniente de la isla de Tana en la República de Vanuatu —situada en Melanesia—, que da título a la película.
Si en su más reciente film —Technoboss (2019)— la verosimilitud se desafía principalmente a través de la puesta en escena de sus números musicales siguiendo y subvirtiendo la tradición del artificio del género clásico hollywoodiense, aquí Nicolau establece una ambientación de ambigüedad onírica manifiesta, determinada por el punto de vista de su protagonista, cuyos deseos y expectativas se proyectan en el entorno para transformarlo. A esa ambientación afecta el uso de unos llamativos colores básicos en el edificio donde transcurre principalmente la acción y que resalta la fotografía. John From es una entidad mítica que promete traerá a los nativos un cargamento con objetos y tecnologías de gran valor. Para llamarle y señalar el lugar donde dejar su carga, los pobladores de Tana crean señales en el suelo y repiten las maniobras que las tropas del ejército estadounidense realizaban durante la Segunda Guerra Mundial para recibir víveres y armas. Rita comienza a emular el comportamiento adulto para intentar seducir a su vecino fotógrafo, pero también se informa de todo lo relacionado con la cultura de los pueblos que ha visitado en Oceanía durante sus viajes o incluso compra sus cereales. Rita construye, como cualquier chica de su edad, una identidad propia a partir de la copia de gestos, de estrategias e ideas que le han sido legadas por influencia de sus padres y amigos, pero también de la música, el cine, la televisión e Internet.
John From es también el nombre que Rita usa para referirse al fotógrafo. Un hombre adulto con una hija que ha visto mundo y representa tanto un enigma como un desafío. Sus acercamientos a él no se sabe si son un capricho, una necesidad o un reto inventado con el propósito de combatir la apatía del momento. Pero lo que sí supone es un objetivo que le hace asumir riesgos y las consecuencias de sus actos a modo de rito de iniciación expresado explícitamente con su maquillaje tribal. Una apropiación que se vincula con la creación de un nuevo yo inspirado por una figura que trastoca su mundo y origina la creación de su cosmos particular. El director retuerce la realidad con un punto de inflexión claro desde la invasión de una inexplicable niebla que da paso a la resignificación de los espacios y la imagen —en los que irrumpe una vegetación exuberante, como la madurez sexual que se ha alcanzado sin previo aviso y cuyos códigos intenta descifrar—, que configuran el escenario del delirio adolescente definitivo que sintetiza la sonrisa de la protagonista en cierto momento, con la satisfacción de quien ha vislumbrado en el proceso de vivir la recompensa de un largo camino que se abre por delante y que tiene pendiente por recorrer.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.