Que el joven inexperto sea tenista no es una casualidad. Son estos deportistas los que emiten, por sobreesfuerzo, un sonido tan primitivo que se podría confundir con un gruñido sexual. Es así como Jonas, el adolescente tenista, en ese límite de edad adulta cuando no es capaz todavía de dominar sus propios impulsos, centra muchas veces con su rostro la pantalla, mientras Joachim Lafosse le hace retratos, instantáneas de momentos vitales, tan esforzados como un partido de tenis, en el que nunca conoceremos el rival.
Porque a Joachim Lafosse parecen interesarle los impulsos y los límites, y para ello se explaya en los conceptos y el aprendizaje en su película Élève libre. Concentrado en la impasible mirada del desgaste familiar, siendo siempre un eje recurrente en su filmografía, en la película ese núcleo es casi anecdótico, permitiendo que el joven perdido que protagoniza Élève libre sea realmente un prototipo de hombre que conoce el mundo de los adultos sin una guía paterna, cuando estas figuras intentan pasar desapercibidas en ese paso obligado de las ‹coming of age›.
Como decía, Jonas juega solo al tenis, no importa que su contrario sea un entrenador, que se encuentre practicando frente a una máquina o sea un torneo lo que centra su acción; solo vemos al joven mutando sus sensibilidades, como si esa batalla única y personal fuese lo que realmente importa. Esto nos muestra las intenciones de Lafosse, que implican centrarse empíricamente en los gestos del joven ante estímulos de esfuerzo y exaltación, extrapolando el deporte —del que extraemos miradas, avances, frustración— a los misterios del aprendizaje.
Los límites que desea romper el director se basan en la intrusión de adultos en las nuevas necesidades del joven: él quiere progresar en su vida escolar que lleva retrasando su avance desde hace años, ellos quieren manipular sus conocimientos en base a sus gustos, de modo que parezca que enseñan libremente, cuando lo que hacen es focalizar sus propias experiencias. Ya sea frente a un libro o en una distendida charla sobre sus inexpertas incursiones de cama con su también joven novia, observamos lo que podría ser un modo de compartir conocimientos como una forma de pervertir la enseñanza, dejando que esos “límites” se difuminen sin saber si la satisfacción es mutua o simplemente está enmarañada por la novedad.
Aquí Lafosse lleva al extremo como tantas otras veces lo idílico de la familia, y lo hace con personajes ajenos a la misma, pero que tienen una misma función —«no es tu hijo» le espetan en algún momento al improvisado tutor de Jonas cuando cuestionan su implicación con el muchacho— disgregando las relaciones hasta no definir si al director le interesa esa parte de mentor o de amante esporádico cuando las lecciones son tan amplias y subjetivas. Le explica al joven que demuestra su cercanía a Camus, del mismo modo que le instruye en la bisexualidad encubierta de todo ser humano, por lo que siempre deja caer su propia visión de la vida, ya no solo para que él cuestione, también con la intención de calar su propia forma de entender las cosas. No hay un avance de por qué partimos desde ese punto concreto, o qué une anteriormente a estos personajes que comparten alimentos, vino y algo de lujuria académica, lo que hace que tanta explicación llevada a la práctica quiera resultar incómoda o aberrante.
Aún así, sea cual sea la lección aprendida por el protagonista, lo que interesa es su posición frente a la cámara, siendo muy cercano en la intimidad, o quedando ajeno y distante cuando no consigue dominar todo lo que ocurre. Aunque por defecto pueda parecer impropio el comportamiento de los adultos, el texto justifica su forma de actuar por aferrarse con tesón a su papel de profesores, ya sea de matemáticas, de alemán o de conseguir orgasmos propios y ajenos. Su altivez resulta exagerada si pensamos que por edad no deberían actuar como si todo lo conocieran, y Lafosse lo soluciona mostrando dudas cuando el joven está tan perdido que apunta y dispara siempre a lo más bajo, con lo que los adultos siempre reaccionan emotivamente fuera de su estudiada calma.
Élève libre no muestra tanta libertad como pregona, imposta las relaciones por el mero hecho de impulsar la enseñanza y querer jugar con ese punto en el que cada persona dice «basta». Para ello se aprovecha de alguien que no ha determinado sus límites y que está ávido de aprendizaje, siendo una película que, aunque quiera tratar otros temas, no se aparta del todo del concepto pernicioso de familia y de los gustos personales del director por la fotografía. El tenis se convierte en anécdota, y el suspiro entrecortado debe encontrar su ritmo en base al exceso de estímulos de los compañeros de viaje de este verano atípico y esforzado.