Las dos películas más recientes de Jessica Hausner —Little Joe (2019) y Club Zero (2023)— pueden parecer un desvío en su filmografía. Dejando de lado los elementos de ciencia ficción de la primera y de sátira de la segunda, la alienación de sus personajes sí que propone puntos de contacto con la protagonista de su primer largometraje, Lovely Rita (2001). Si nos centramos en ella, Rita (Barbara Osika) es una adolescente de un pueblo austríaco que sufre acoso escolar y cuya relación con sus padres está en permanente tensión derivado de un maltrato psicológico y una falta de comunicación evidentes. Igual que sucede en Club Zero, los padres apenas pueden saber qué ocurre entre las paredes de su instituto y los docentes ignoran por completo lo que ocurre en su hogar familiar. Son pocas las oportunidades que tiene Rita de conectar con otras personas y eso la lleva a crear relaciones asimétricas, como la que tiene con un niño más joven que ella (Fexi) o la que provoca su interés por seducir al conductor del autobús del colegio para así perder la virginidad.
La fotografía de Lovely Rita, rodada con una cámara DV, posee la textura característica de este video digital que evoca a las filmaciones de los cineastas del movimiento Dogma 95 o a la española León y Olvido (Xavier Bermúdez, 2004). Con sus rápidos zooms y movimientos dinámicos que adaptan rápidamente el encuadre y permiten seguir de cerca a los personajes en escena, el sentido de realidad de sus imágenes se amplifica. El rostro de su protagonista está omnipresente en la composición de sus planos, trascendiendo el tratamiento hermético de la psicología de los personajes tan propio de la directora. La narrativa alcanza así un sentido elíptico, dando a entender en todo momento que algo se le escapa a la cámara sobre las motivaciones para los actos de Rita y las consecuencias trágicas del continuo conflicto en el que vive en su día a día. Rita no encaja en el instituto, no encaja en su hogar. Igual que sucede con Club Zero la cinta propone la incapacidad social, familiar y de la instituciones de tratar adecuadamente a aquellos que no responden a la expectativas, que se posicionan fuera de los intereses impuestos externamente y que manifiestan comportamientos contra lo establecido.
Esto es algo que se subraya con la participación de Rita en una obra del instituto en la que tiene un papel secundario, que la obliga a ser mera observadora de la acción pese a tener un mayor conocimiento del texto. Un rol que replica en la vida social familiar y del que intenta rebelarse encerrando a una de sus compañeras en su camerino mientras se realiza la representación. Jessica Hausner va un paso más allá y desde los primeros instantes del filme nos muestra en el interior de la casa donde vive Rita a su padre haciendo prácticas de tiro con un revolver en una habitación que tienen preparada para ello, aislada acústicamente. Esta idea simbólica inicial de una violencia reprimida en el corazón del hogar va transmitiéndose a través de la narración, según Rita transgrede de forma más grave tanto las normas sociales como las órdenes de sus padres con sus experimentaciones con el sexo y la seducción de un adulto, su relación con Fexi y su intento de huida. Porque es violencia de distintos tipos la que sufre Rita en su cotidianidad, disfrazada de convenciones y reglas, de una autoridad ilusoria inscrita en los ámbitos educativos y familiares que no se adaptan a las necesidades de los individuos, sino que obligan a los individuos a adaptarse a ellos. Una imposición que genera una inasumible frustración para esta “inadaptada” y que acaba por explotar en un radical e impactante final que deja el relato abierto a nuestra interpretación.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.