El cine de Jean Becker ha sufrido dos constantes argumentos para posicionarse en su contra, su inevitable comparación con el cine de Becker padre y un desprecio, más o menos manifiesto, de la crítica intelectualoide siempre dispuesta a lanzar calificativos como simpleza, maniqueismo, infantilismo y hasta alguna sutil insinuación de fascismo por el elogio de la vida rural.
Evidentemente Jean Becker no es un paladín defensor de las virtudes de la burguesía intelectual urbana, cierto, y su cine casi podría inscribirse en un movimiento de romanticismo rural de buenismo reaccionario. No obstante, el estar a favor o en contra de ciertas formas de vida, o su reflejo cinematográfico, no implican per se que la película que lo muestra sea de calidad dudosa.
El caso que nos ocupa, Dejad de quererme, refuerza en cierto modo este escape de lo urbano y la búsqueda de otras formas de vida. Sin embargo estamos posiblemente ante el Becker más duro, el que traslada una agonía vital en pantalla y opta por el hard way. No hay rasgos de amabilidad ni blandura, solo palabras gruesas, malos modos y un comportamiento desconcertante del protagonista que más que huir de una vida vacía busca destruir todo lo que había edificado con su esfuerzo.
Claro está que todo ello no obedece a un nihilismo a lo El club de la lucha, existen razones vitales que explican los hechos narrados pero en esta ocasión, no son un puntos de fuga para un giro hacia un sentimentalismo barato. Estamos ante una película que, articulándose en dos bloques, sin bisagra, muestra como huir y el lugar de fuga. La razón de todo ello solo es revelada al final, de forma seca, obedeciendo posiblemente al más que previsible motivo de todo lo narrado.
Dejad de quererme es una rebelión de Jean becker contra los clichés que rodean a sus películas pero, sin renunciar en ningún caso a sus estrategias habituales: sencillez conceptual, desarrollo en bloques estructurados y cesión a la gestualidad intepretativa por encima de giros formales exagerados. Efectivamente, poco se desvela en esta película que no sea a través del poder delguión o de la gestualidad de los personajes. Máximo encontramos un par de elípsis, importantes ciertamente, pero que sirven de remate, no de definición.
Respecto a la ideología del film volvemos al terreno de la huida hacia la ruralidad, aunque en este caso más para saldar viejas cuentas que para ser una exaltación de este tipo de comunidad. A pesar de ello no puede faltar el toque costumbrista, el pincel paisajístico preciosista encargado de dar un subrayado algo demagógico a lo acaecido. Y es que nada mejor que unos bellos parajes para solventar viejos conflictos.
Pero todo esto no esconde que estamos ante el film más duro de Becker, el más amargo y a la vez más reflexivo sobre la fragilidad, la vulnerabilidad, y en fín, la propia existencia humana. Una película que cree en el amor pero no en la redención, en la imposibilidad de que alguien te quiera verdaderamente y no la imagen que proyectamos. Un film bello y a la vez, por sus valores reaccionarios, pero no a la fascista manera. Se trata de la reacción poética de quién no ve otra forma de cambio que la huida. Si quieren una referencia es fácil, Becker filma lo que Battiatto pone en música, Dejad de quererme es al cine lo que Otra vida a la música, la necesidad de buscar soluciones en otros lados, aunque no las encontremos. Quizás por que la búsqueda es la propia respuesta.