La figura del actor siempre en conjunción bajo la fina línea entre ficción y realidad se presenta en Rough Cut de una manera manifiesta: su protagonista, Soo Ta, es un intérprete de éxito del cine de acción japonés que lleva una vida no muy alejada a los roles que representa en la gran pantalla, y que eleva el riesgo de sus acciones casi al mismo nivel de las tramas oscuras y adrenalínicas de sus alter egos ficticios. Su arrogancia pronto se ve corrompida cuando conozca a un gángster, Gang Pae, de vida complicada y habitual férreo sirviente de los senderos más duros del crimen, quien tiene una pretensión clara: convertirse en estrella del celuloide, intención urdida desde la admiración propia del criminal hacia el propio Soo Ta, quien le invitará a la producción de su último film de acción ambientado en la mafia coreana.
Como un férreo estudio de personajes, y bajo el epicentro de diferenciar y enfrentar a su dupla de roles principales, Jang Hoon consigue erigir la evolución de la trama como una descripción propia de dos caracteres opuestos, distantes, unidos por las aristas de la ficción, con esa facilidad tan propia del cine coreano de revestir de profundidad la enérgica escenografía propia del cine de acción. El director sabe además jugar narrativamente con el metalenguaje, de manera especial bajo las escenas iniciadas con la ambigüedad de su propio origen, herramienta que le sirve para tirar abajo las barreras de la ficción y exponer a sus personajes con tropos de realidad alarmantemente incluidos en sus papeles de la ficción. Con un estilo visual potente, que no sorprenderá conociendo las filias hacia el preciosismo del cine coreano y la presencia en la producción de Kim Ki-duk a las labores del guión, para quien por cierto Jang realizara labores de asistencia de dirección en El Arco, considerándose además como absoluto pupilo suyo. La naturalidad de Rough Cut está basada en la confrontación, la misma que de hecho esconde un intenso análisis de la realidad; la misma a la que parecen escaparse los personajes, para acabar en un duelo decadente, fatalista, tal y como Hoon impregna sumiendo a sus hombres en el barro, en una lucha encarnizada fruto tanto del devenir de los acontecimientos como del reto interpersonal más ineludible.
Una vez expuesto su contexto y el mapa conceptual que la película trama desde el primer momento, conviene señalar a Rough Cut como un film válido tanto en su ubicación como cinta de acción, con un medido manejo de una tensión fecundada en el propio choque de la pareja de (anti)héroes; sus diálogos, sus miradas, o la frialdad con la que crece una unión predestinada hacia el descalabro emocional, añaden una naturalidad propia a la película, que intenta abrirse paso a los herméticos esquemas de la acción para extrapolar esa ubicación genérica un paso más allá del mero espectáculo. No se escatimará en añadir el elemento cómico, pequeños alivios a una trama sucia revestida de estética tosca, incluido con sumo cuidado, que se contrapone con otra diatriba presente y que la cinta exprime como uno de sus baluartes: el impacto escénico de sus momentos de acción, dramatizados con suma elegancia y tenaz esfuerzo hacia la coreografía.
Con una rica variedad en su género, Rough Cut supone la presentación de Jang Hoon, que aún cayendo en ciertos errores del cineasta debutante (aquí representados, principalmente, en la concatenación de algunas subtramas que atañen a ambos protagonistas), su obra se sostiene creando una lucha de egos reforzada por la sentida entrega de sus dos actores protagonistas, la crueldad de su violencia, y un esquemático escenario de fondo como el mundo criminal, con el que, de manera casi alegórica, el director cierra su historia con uno de los momentos más especialmente duros de la cinta; este, su tropo más realista, choca con el duelo, ya no solo dramático, ubicado en la película: realidad y ficción acabando en fusión, tornando la épica cinematográfica en un contraste de emociones que dignifica el cómo dos personajes menos contrapuestos de lo que ellos mismos creen son incapaces de escapar a su idiosincrasia.