Jane es probablemente uno de los documentales de National Geographic más personales y humanos. Todo un logro, dado el reto de crear un documental sobre la vida profesional y íntima de Jane Goodall.
Recordando obras fílmicas de National Geographic que había visto en mi infancia, en el televisor o en el proyector de la escuela, la fotografía destacaba por encima de los animales, trama o entrevistas, era implacable pero alejada de la realidad. Jane encuentra su voz más personal gracias a la gran cantidad de material inédito filmado por su pareja —y aquí es donde se mezcla el sentimiento más allá de lo profesional— el fotógrafo Hugo van Lawick. Sus imágenes impecables encuentran una cercanía con Jane Goodall admirable y familiar. La cámara contigua y el material delicado (la película fílmica) donde se imprimen las imágenes, producen una belleza formal, imponente y especialmente orgánica, ayudada por un montaje trabajado y delicado, pero que a veces peca de apresurado.
La dimensión de este material original y desconocido permite con lucidez al director Brett Morgen introducirlo al inicio del viaje de Jane, cuando aún no había ninguna cámara a su alrededor, para así representarlo en imágenes, aunque fueran planos tomados a posteriori del momento que se nos está explicando, ligados a una presente y pausada voz en off, extraída de entrevistas antiguas o recientes, de Jane Goodall, que con pasión y respeto hacia lo comentado, nos acerca aún más a esa idea de documental vital.
Curiosamente esta introducción clásica de las entrevistas, más próxima al reportaje, forma en la que el documental intenta no acercarse, es complicada pero resolutiva, al incluir cuidadosamente las imágenes de esas sesiones entre Jane y el periodista o director. Aparecen en pocos momentos, para dejar que sea la voz en off quien nos lo explique.
Este montaje de imágenes inéditas de archivo y voz en off, que personalmente habría aprovechado de otra forma, más próxima al cine independiente pausado y no tanto al documental clásico inmediato y acelerado, es acompañado por una banda sonora ambiental y también narrativa de Philipp Glass de una dimensión hipnótica de inicio a fin. Es en todo momento la clave para crear el documental atento, presuroso y poco aburrido que quiere National Geographic.
A pesar de todo, en ciertos momentos la banda sonora satura y pide silencio, instantes de reflexión a partir de sonido real de las plantas, animales o transformaciones climáticas, que sólo aparecen en pocos segundos, adquiriendo una alta importancia como descanso.
El largometraje de no ficción está estructurado en cuatro fases: el proceso de acercamiento a los chimpancés y el inicio del viaje; la adaptación de Jane a la familia de estos primates y la relación amorosa con Hugo van Lawick; el nacimiento de su hijo y la lejanía del campo de trabajo; y los años de decadencia, separación matrimonial y la muerte de muchos de estos animales causada por un virus, encuentra la luz en la parte en que muestra la relación intensa entre ella y los chimpancés, cuando estos la introducen en el grupo. En este momento la película coge una envergadura de extrema belleza, también al introducir estos animales en la relación de ella con su hijo recién nacido.
Es un film sobre la naturaleza y un biopic, pero al converger estos dos géneros con las imágenes frescas de Hugo van Lawick y la voz en off de Jane, se convierte en una obra con una fuerte visión artística y no sólo documental. Marcharás a casa sin dejar de cuestionarte como filmaron estas imágenes, el principal potencial de la cinta.