Entre tinieblas
En esa especie de limbo cinematográfico donde se agolpan esos cineastas ajenos a tendencias varias para los cuales la Historia del Cine se detuvo en algún lugar indeterminado, el cine de James Gray siempre me ha parecido que ha ocupado un lugar privilegiado (si es que se le puede llamar privilegio ostentar un puesto de honor en ese no-lugar dado a cierto ostracismo). Si no hablo en pasado es porque sigo pensando que el cine de Gray sigue ocupando esa posición, por mucho que su último trabajo lance a una estrella como Brad Pitt al espacio en una odisea interestelar íntima y familiar, en un momento, además, donde la ciencia ficción metafísica parece volver nuevamente los ojos al espacio. Todas y cada una de las películas de James Gray parecen transitar un camino a contracorriente. Una verdadera lucha contra los elementos, concienzuda y coherente en un camino en el que, por su propio peso, no solo ha terminado encontrado su lugar sino que, además, se ha alzado como una de las voces más interesantes de entre todos los autores norteamericanos contemporáneos. En ese sentido, este viaje, de forma descarada y metareferencial, siempre me ha parecido un elocuente espejo en el que se reflejaba el Percy Fawcett ficcionado de su maravillosa Z, la ciudad perdida (The Lost City of Z, 2016). Esto es, el de un soñador naïf fiel a unos ideales inquebrantables, aunque en ello le vaya la vida. En aquella película, sin embargo, Fawcett era engullido por una espesa niebla de la que no iba a regresar jamás, atrapado en un ideal por el que siempre valió la pena morir porque el tiempo, finalmente, lo pudo redimir.
Precisamente de esas tinieblas, las mismas que engullían a Fawcett al final de Z, la ciudad perdida, surgen las primeras imágenes de La otra cara del crimen (The Yards, 2000), deleznable traducción patria de la película que terminó de situar a Gray en el panorama autoral norteamericano. En ellas, un tren emerge a la luz desde la oscuridad de un túnel con pequeñas luces fulgurantes. En uno de los vagones viaja Leo (Mark Whalberg), el cual regresa al hogar después de haber estado un tiempo en prisión, cargándose a sus espaldas todo el peso de una condena que debió ser compartida. A su regreso le espera todo el microcosmos familiar que dejó atrás: su madre, enferma de corazón (Ellen Burstyn), su prima (y antigua amante) Erica (Charlize Theron), su mejor mejor amigo, Willie (Joaquin Phoenix), su tía (Faye Dunaway) y el marido de esta (James Caan), el cual regenta una compañía ferroviaria. Sin embargo, la presión económica y la urgencia del dinero fácil obliga a que Leo deba adentrarse (nuevamente) en un pequeño mundo de corrupción criminal y política en el que el personaje de James Caan forma parte activa.
The Yards, hace referencia no solo al patio trasero, el lugar donde se almacenan los trenes y donde se dispara el conflicto, sino también expone la cara oculta del sueño americano el cual los grandes autores del ‹New Hollywood› siempre se encargaron de torpedear. James Gray nunca ha ocultado sus referentes, a pese a que siempre los ha exhibido de una forma asimilada en su discurso habitual donde la tragedia de unos personajes que se mueven siempre por una delgada línea repleta de ambigüedad moral, siempre tiene alcance familiar. En esa pugna formal entre la luz y la sombra, no solo existe una devota evocación en la textura fílmica al trabajo de Gordon Willis de películas como la trilogía de El Padrino (The Godfather, Francis Ford Coppola), sino también un modo de dibujar unos personajes al borde de la desaparición, sin palabra alguna, a través de una puesta en escena expresiva.
En la película, el conflicto desatado no solo implica una elección entre volver a erigirse en chivo expiatorio o exponer los negocios sucios de toda una familia, en la cual reside la idea del hogar, sino también es una elección entre vida o muerte. La idea tan cinematográfica del tren, siempre sugiriendo la idea de movimiento, es al final lo que define a un personaje como Leo, el cual permanece en huida constante de un pasado del que no puede escapar. The Yards, termina siendo una película absolutamente desperanzadora porque expone las consecuencias devastadores de una elección en la que la familia ha dejado de ser el hogar al que poder cobijarse y donde la huida, lejos de liberadora, supone la condena definitiva de un personaje que termina subido a ese mismo tren al que hemos visto al principio, en dirección inversa e incierta, hacía una nuevas tinieblas bañadas en luz.