Parece que un taxi va a ser el gran conector para Jafar Panahi. Estos días se estrena en cines la esperada visión de Panahi sobre la sociedad iraní, herméticamente cerrada a ojos del mundo, y libremente expuesta en el interior de un taxi, con el propio Panahi de conductor. Un taxi también encabezaba la última película que pudo hacer en solitario, en 2006, cuando un mundial de fútbol fue la excusa para hablar de la condición de la mujer en ese mismo lugar. Durante este largo proceso el silencio ha sido más forzoso que ilustrativo, no era el descanso esperado por el director, tan solo el bloqueo impuesto por las leyes supuestamente protectoras en ese país que quiere darnos a conocer, Irán.
Taxi Teherán es una muestra de la perseverancia de Jafar Panahi por expresarse libremente, con la clara consciencia de las posibles consecuencias, unas que ya ha sufrido a modo de cárcel y prohibiciones en su propio hogar. Muchos han sido los amigos cineastas que han apoyado su lucha personal para permitirle seguir con esa frescura de la que hace gala en su cine, y por ello, es hora de conocer Fuera de juego (Offside), con la que consiguió el oso de Plata en 2006, porque dramatizar no es necesario para denunciar una realidad.
La realidad de Offside es la de un grupo de jóvenes de Teherán que simplemente quieren apoyar a la selección de fútbol de Irán en el campo. Algo imposible, inviable para una mujer. Demasiados hombres juntos mostrando su cara más blasfema ante 22 uniformados y un balón. La opción es disfrazarse de hombre y soñar con que ningún soldado o policía se dé cuenta de su presencia, o todo irá al traste.
Así como sucede en Taxi Teherán, la acción se reduce de un inmenso campo de fútbol a una acotada zona de vallas. Algunas chicas jóvenes son capturadas y llevadas a ese pequeño recinto junto al campo a la espera de que las lleven ante la ley. Pero no hay temor, ni tampoco deslealtad en las palabras que utilizan. El resultado es ágil y divertido, cada una de ellas desborda personalidad y está dispuesta a volver locos a sus apresadores, sin sentir la presión de los grilletes cuando su única intención de apoyar la ilusión de un deporte como todos los que se encuentran en ese lugar. Como contrapunto está el superior encargado de vigilarlas, un hombre que no guarda interés con el fútbol, y que ve que la falta de rectitud de esas jóvenes le está obligando a desoír sus obligaciones de pastor. No reprueba la desobediencia en sí, sólo lamenta una y otra vez que los “errores” de unos afecten en su día.
Es como consigue Panahi trasladar un hecho generalizado a ese lugar acotado por vallas, ni siquiera cerradas en su totalidad, como si las mujeres fueran el rebaño que controlar, y los hombres los sabuesos dispuestos a corregir, aunque como meros animales, se espera que reaccionen por instinto como iguales. Se suceden las conversaciones entre unos y otros que destilan poco a poco la esencia de este film, consiguiendo que Offside sea cada vez más amena, y aún así, se vaya metiendo en nuestra consciencia, reconociendo lo poco justa y absurda que es la situación, a la vez que la remodela para igualar las oportunidades de todos los presentes, sin perder la algarabía futbolera con la que todos, a su modo, disfrutan.
Porque convierte el fútbol en una fiesta, aunque sea un hecho paralelo que nos llega de oídas, y en una fiesta, las normas se disuelven entre los participantes. Offside tiene la esencia festiva, pero también el mensaje comprometido, y justo donde encuentra el equilibrio de sus palabras es donde Jafar Panahi triunfa y se desvela como un sabio que sabe crear cine sin olvidar las circunstancias del mundo que le rodea.