Jacques Audiard siempre ha sido uno de esos cineastas que ha gustado tocar todos los palos de la baraja, pero haciéndolo desde una misma óptica donde la naturaleza humana se revela más cruda de lo que podría parecer a simple vista, y es que desde el sombrío personaje de Romain Duris en De latir mi corazón se ha parado al ennegrecido universo creado en De óxido y hueso el francés ha sabido moldear un discurso que, sin embargo, nunca había tenido similitudes temáticas hasta la llegada de su último film protagonizado por Cotillard y Schoenaerts, donde el cineasta galo rescata algunos puntos en común que ya se hallaban en una de sus primeras obras, Lee mis labios.
En su primera incursión en el terreno del thriller, Audiard nos contaba la historia de una joven muchacha sorda que, casualidades de la vida, conocería a un tipo recién salido de la prisión, estableciendo con él una de esas relaciones complementarias que llevará a ambos a encontrar un pequeño resquicio en su mundo particular, donde ella lidia con un día a día no demasiado complaciente al ser el centro de las miradas e incluso comentarios de sus compañeros de trabajo debido a su minusvalía, y él intenta sortear un pasado que parece no querer dejarle escapar mientras visita a su agente de la condicional y encuentra un trabajo que le permita salir, en cierto modo, del atolladero.
Es en esa relación donde uno puede intuir Lee mis labios como un germen directo de De óxido y hueso, pues más allá de las similitudes entre personajes tanto masculinos como femeninos (Devos interpreta a una chica discapacitada más bien solitaria —aquí esa soledad auto-inflingida que es una de las fases por las que pasa el personaje de Cotillard durante De óxido y hueso se intuye desde un buen comienzo—, mientras Cassel empuña un personaje con problemas de extraña trayectoria y sin techo en el que encontrar cobijo —exactamente como el de Schoenaerts—), terminamos topándonos ante una implicación donde sus protagonistas deciden entrar en el universo que les ofrece un enlace más bien casual.
Como de costumbre, Audiard realiza una descripción completa y meritoria de sus personajes, representando Carla un patito feo cuya inseguridad remarca un carácter que anida en lo susceptible (ya no sólo las dudas ante el protagónico masculino, sino ante su jefe en el momento en que este le ofrece la contratación de un becario para que le sirva de ayuda) y cuya tímida naturaleza esconde también un fuerte temperamento cuando no comprende las decisiones de su improvisado «partenaire». Por contra, Paul es un ex-presidiario cuyo nulo trato con el género femenino le lleva a abordar ciertos asuntos con una falta de delicadeza inusual, pero del cual su aspecto lo dice todo: con una pinta que se podría calificar en parte de macarra, él es un tipo directo al que no le gustan los tapujos. Todo ello, tanto por parte de Devos como de Cassel, lo ensalza la elección de un vestuario elegido a la perfección y dos interpretaciones (en especial la de ella) que se adecuan como un guante a lo que el personaje requiere en cada momento.
A nivel de dirección, la propuesta realiza un más que notable uso tanto del sonido como de la imagen, logrando que aquella secuencia de Rinko Kikuchi entrando en una discoteca a Babel (posterior, todo sea dicho) que sorprendió a más de uno quede en agua de borrajas ante la pericia del francés, que sabe manipular el sonido ambiente, sobreponer la banda sonora e incluso emplear la imagen para ofrecer un reflejo sobre la condición de Carla en cada momento. El refuerzo, además, con planos que nos facilitan información (esos detalle al principio de la cinta, o incluso el viñeteado —o ojo de pez— empleado en el cine mudo para fijar la atención en puntos concretos a los que ella dirige la mirada) y con aquellos que acrecientan esa sensación de cercanía del espectador con los personajes, resulta de lo más interesante en la faceta visual.
Con esos cimientos Audiard compone un thriller de lo más peculiar en el que la participación de la banda sonora y el modo de marcar tan bien los espacios resultan fundamentales para obtener una sensación de opresión entorno a Clara y Paul que fortifican ese universo donde encontrar un complementario se antoja una necesidad para ambos y en el que la trama donde ese pasado se cierne sobre él para reclamar antiguas deudas, y que termina virando en un plan alternativo, es sólo una mera excusa para llevarnos de la mano de otro de esos relatos que tan bien se le dan al galo, y que aquí realiza con sobriedad y pulso para otorgar uno de esos thrillers franceses cuya indefinición categórica (puesto que bordea más de un género sin decantarse con claridad) supone más una virtud que otra cosa en una cinta donde lo humano va antes que nada.
Larga vida a la nueva carne.