Jackie (Antoinette Beumer)

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Quizás sea a partir de un capricho geográfico o de un sentir europeo arraigado en el cinéfilo más aventurero y entusiasta, el interés inicial de Jackie reside por sí mismo en su procedencia. Aquellos que disfrutamos aglutinando descubrimientos de películas provenientes de países con muy poco bagaje fílmico, en relación con las grandes potencias mundiales, sentimos junto a ello una cierta rabia creciente, pues es solo con cuentagotas el modo en que se puede llegar a conocerlas y disfrutar de ellas. Si bien, en el mejor de los casos, estas propuestas suelen ser escaparate en los circuitos y los festivales más independientes, en el peor, rara vez se nos hace eco y resonancia de unos títulos que, de seguro, pueden llegar a conectar con cierto público.

En el caso concreto de Holanda, país en que se ha gestado el film, son pocas las reconocidas representaciones internacionales que hacen de este enclave centroeuropeo un nombre de peso en las tertulias cinéfilas. A saber: la filmografía inicial de Paul Verhoeven, la rara avis de principios de siglo creada por Gert de Graaff y la reciente, y cada vez más en alza, labor del controvertido Alex Van Warmerdam. Quizás el hecho de que existan tan pocos ejemplos ya implica, de forma directa y consecuente, una revalorización instantánea de los mismos. Es de agradecer, por tanto, que el cine gestado en dichas tierras siga teniendo una voz profunda para continuar extendiendo el goce y el descubrimiento de eso que, como dije antes, se suele denominar sentir europeo.

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Durante todo su metraje, Jackie se muestra generalmente liviana y fluyente, con facilidad de seguimiento y abierta voluntad comunicativa. El esquema argumental se constituye en base al principio aventurero que rige toda road-movie: búsqueda redentora de unos personajes hastiados de la rutina y el vagabundeo para hallar finalmente una respuesta a sus preguntas o paliar un sentimiento de vacío, una ausencia. A diferencia de las estilosas películas de carretera y manta, la directora Antoinette Beumer narra con el calmado ritmo de propio errático deambular de estas mujeres. Sin caer descaradamente en el perfil feminista, el film se articula sobre un análisis semiológico e icónico estereotipo y predominante, principalmente relacionado con sus ejes espaciales.

El paisaje es un elemento icónico muy perseguido por la realizadora. Existe una gran relación entre el paisaje y el estado de ánimo de los personajes en tales o cuales momentos. Asímismo, existe un claro nexo entre los elementos narrativos y los elementos visuales. El medio de transporte con el que las protagonistas realizan su ruta va a toda marcha cuando se sienten frenéticas y se detiene cuando dan paso a las charlas reflexivas e introspectivas. La carretera, por sí misma, ya se revela como un horizonte inexplorado, como un destino hacia ninguna parte que consiste, simple y llanamente, en llegar a algún sitio. Lo desconocido es, para este trío femenino, aquello que es necesario descubrir y atreverse a escudriñar.

Tal vez, la gran merma de la película sea mostrarse tan pulcra, tan políticamente correcta, tan contenida en sus pretensiones. Queda anotada una trabajada fábula bienintencionada y una correcta interpretación de sus célebres actrices, pero el conjunto se muestra tan grácil que su poso final quizás no sea tan elevado como debería haber sido —muy lejos del impacto de títulos de culto que han tratado esta temática como Thelma y Louise—. En cualquier caso, su levedad y su concepción libérrima constituyen por sí mismos unos puntales idóneos para aproximarse a esta cinta holandesa casi de soslayo, sin levantar demasiado la voz, pues no cabe duda que encierra un amplio catálogo placeres muy accesibles para todo tipo de audiencias.

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